Fue algo que no logro descifrar. Un algo inexplicable. Único. Quizá irrepetible para mí en el tiempo por venir.
Racionalmente irracional, pero razonable.
Recurrente de ocurrencias como cuando niño, como cuando ya era feliz sin saberlo.
Visto por ojos que lo sigue viendo. Sintiendo no sé qué ni para qué.
Disfrute, gozo. Ahora sí que como dijo el espléndido compositor uruguayo Jorge Drexler: “Antes de mí tú no eras tú/ antes de ti yo no era yo/ Antes de ser nosotros dos/ no había ninguno de los dos”.
Un antes y un después del eclipse en esta noble tierra lagunera.
No sé con certeza si de veras se llenaron los hoteles, si fueron 200 mil las personas que, según lo oficial, vinieron a Torreón a atestiguarlo.
Si hubo 50 mil en el Bosque Urbano Francisco José Madero (nombre oficial), si el dinero, -siempre el dinero el dinero el dinero- se desparramó por todos lados y generó satisfacción.
Lo que sí sé es que la gente estuvo expectante, que disfrutó de lo lindo, que entró en asombro ante la sombra y penumbra de día.
Que la gente volvió a exclamar y gritar su alegría, su dicha de ser parte fugaz del momento, del instante que ha quedado en la historia y en su historia personal, en su narrativa propia, en la narrativa social de la Laguna.
El eclipse debió volvernos a la realidad. Hacernos ver que la naturaleza terrena lo es también celestial.
Que la naturaleza humana viene de allá, de aquello, de aquél. Que nada ni nadie vence la naturaleza ni la vencerá.
Que apenas somos -al menos yo lo soy- un minúsculo granulito y que estamos de paso por el planeta que nos da permiso de nacer y morir en él.
Un planeta y madre tierra que nos sostienen pese al embate que sufre de parte de nosotros, aun cuando la explotamos inmisericorde.
El eclipse del lunes 8 de abril no fue, sigue siendo algo mágico.
Debió cambiarnos no apenas unos minutos sino para siempre, transformar nuestro sentido de pertenencia a la tierra, a la savia de la vida, capaz de ahondar en nuestra identidad.
Que nos haya provocado el querer saber de la vida, del sol, de la luna, de lo maravilloso de vivir, de ser y de estar aquí.
Pero, ¿y para qué sirve vivir? ¿Para qué es el tiempo en nuestro tiempo? ¿Para qué la fugacidad de la vida individual? ¿Para qué la historia terrena?
El eclipse no fue, sigue siendo algo poético, un capítulo de reconciliación con nosotros mismos, con nuestra materia, con nuestro espíritu y si nos alcanza hasta con nuestra alma.
¿Nos descubrimos y ya sabemos quiénes somos más allá de un nombre y apellidos?
Si es así, el eclipse no pasó en vano por Torreón, la Laguna y Coahuila de forma preponderante.
Tenemos que apropiarnos de él en nosotros. Reconocernos, palparnos, sentirnos, sabernos que somos apenas un instante de vida en la vida.
Un suspiro. Fue, es, un algo que todos llevamos dentro. Lo demás es lo de menos. ¡Qué felicidad!