Política

Un nombre universal

El lenguaje en México late al ritmo de una palabra que ha trascendido la jerga juvenil y el caló callejero para colonizar cada rincón de la conversación: “güey”. Esta palabra, que alguna vez fue un vocativo de camaradería informal o un epíteto despectivo, originalmente “buey”, se ha transformado en la muletilla más omnipresente y, a menudo, más vacía de nuestro idioma.

El uso indiscriminado de “güey” plantea una paradoja: mientras que las sociedades modernas valoran la precisión en la comunicación, hemos adoptado un término que es, por naturaleza, inespecífico. “Güey” ya no es solo una forma coloquial de decir “tipo”, “amigo” o “tú”. Su función se ha diversificado. Opera como muletilla de énfasis, marcador conversacional, adverbio de asombro o queja o sustituto de signos de puntuación.

Esta hipertrofia lingüística ha diluido su significado original, convirtiéndola en una especie de comodín fonético que rellena pausas y disfraza la falta de vocabulario o la pereza mental. El “güey” de hoy ya no interpela a un “buey” (que además de referirse a un animal de carga describía a una persona tonta); simplemente existe como una respiración obligatoria en cada enunciado. Todavía circulan algunos vehículos que en la defensa trasera o en el medallón traen la leyenda o la calcomanía: “¿qué me ves (y la cabeza de un buey)?”.

Si bien el ascenso de “güey” no es nuevo, su consolidación como fenómeno de masas está intrínsecamente ligada a la cultura digital y la simplificación del lenguaje en redes sociales y servicios de streaming. Los influencers y youtubers la han adoptado como marca de autenticidad, exportando la “onda mexicana” a niveles globales. Al usarla, se genera una ilusión de intimidad y desenfado que es altamente efectiva en el consumo rápido de contenido.

Pero esta comodidad tiene un costo: la homogeneización del discurso. Cuando todo es “güey”, nada es realmente impactante. Perdemos la riqueza de los matices que ofrecen sinónimos más precisos como compañero, colega, individuo, sujeto, o incluso otros vocativos regionales más coloridos.

La adopción de “güey” no es meramente una moda; es un síntoma de una conversación que se empobrece. No se trata de eliminar la palabra, sino de señalar su uso indiscriminado. El idioma español nos brinda una amplia gama de vocablos para expresar matices con precisión. Ceder al automatismo del “güey” es desaprovechar esa riqueza. La palabra es breve, universalmente entendida en el espectro hispanohablante influenciado por México, y posee una carga emocional instantánea.

El ascenso de “güey” a un sustantivo universal ha normalizado su incursión en el ámbito de la familia. Si bien es impensable para muchos dirigirse a padres o abuelos con este vocativo, su uso se ha vuelto habitual entre hermanos y primos de generaciones jóvenes. En este contexto, el “güey” ya no es una muletilla vacía, sino un código de reconocimiento que subraya la horizontalidad y la camaradería. Al interpelar a un hermano con un “¿Qué onda, güey?”, se elude cualquier formalidad y se reafirma el lazo cómplice de la crianza compartida. Sin embargo, su omnipresencia incluso aquí puede borrar la distinción entre el afecto propio de un hermano y el trato informal que se le daría a cualquier compañero casual.

Cuando cursaba el bachillerato, un profesor hizo esta pregunta: ¿saben que hay un nombre universal? Mis compañeros y yo al unísono respondimos: ¡no! De inmediato nuestro profesor dijo: el nombre universal existe, es “güey”, porque si escuchamos: “oye tu güey”, ¡todos volteamos!

Es momento de que, como hablantes, recuperemos la conciencia sobre el poder de cada palabra. Dejemos que “güey” conserve su lugar como una expresión divertida de confianza, pero no permitamos que degrade el sofisticado arte de conversar. México merece un vocabulario que vaya más allá del buey y del automatismo.

Esta columna surgió porque al hablar del tema con un buen amigo, este me dijo: ¡Pues escríbelo, güey!


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Juan Manuel Díaz Organitos
  • Juan Manuel Díaz Organitos
  • General retirado del Ejército Mexicano
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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