No puedo sino alternar mis lecturas buscando nuevos puntos de vista acerca de lo que el mundo europeo llamó “Lo medieval” hasta que llegó el chocante concepto de “Renacimiento”, concepto engañoso que se justifica estigmatizando los supuestos mil años transcurridos de la época como “oscurantista”, “atrasada”, “ignorante”.
Error: los hombres del medioevo eran librescos, tenían perfectamente organizado su mundo pero sucumbían a los embates de la naturaleza. Es un lugar común el afirmar que el conocimiento lo había controlado el clero y que el descubrimiento de la imprenta comienza a masificar la enseñanza.
Pero los marginados eran los más. Recuérdese que el siglo XII es un siglo que marca y genera cambios: la transición del feudalismo al capitalismo, la insana costumbre de algunos cuántos a quienes les era permitido el ejercicio de la usura.
Avanzando en la lectura del extenso tomo de Robert Fossier “Gente de la Edad Media” (Penguin Random House, 2019), me he detenido en un capítulo que retoma el fenómeno de la escritura. La gramática era necesaria para lograr el dominio de las Sagradas Escrituras, “la lengua sagrada”. La retórica era -y lo es- un recurso para el “convencimiento”. Reunión de datos la “quastio”, de aquí se desprende la enseñanza , la “sententia” y desemboca en la crítica, la “disputatio”.
Es decir: la palabra (el clero lo sabía) sigue siendo peligrosa porque es la única forma de comunicación que transforma la conciencia. La palabra bien dicha y sobre todo bien pensada.
“Expresar” deviene en hacer brotar lo “oculto”, un poderoso recurso de la literatura. Pero ¿quiénes escribían?
Los hombres se expresan con gestos, en rituales. O bien, escriben. ¿Quiénes y qué escriben? Es aquí donde está la “historia de la literatura”. Opina Robert Fossier que no resultan de interés las listas de nombres de inspirados escribanos. Hasta el siglo XII son los clérigos quienes lo hacen en latín, lo que resultaba inaccesible a los “iletrados”. Interés especial merecen los temas profanos. Poco se sabe de ellos porque se destruyeron, lo que se conserva en bibliotecas especializadas son los oráculos y las hagiografías. Entonces el nombre del autor no interesaba, lo que interesa, en todo caso, es “lo personal” que hay que cada una de las obras.
¿Y qué se escribía? Todo aquello que ahora conocemos como “géneros literarios”. Los hombres comenzaron a “expresarse” al margen de los clérigos: tratados, crónicas, anales o biografías. Inagotable el tema.
@Coleoptero55