Política

La renuncia

  • De paso
  • La renuncia
  • José Luis Reyna

La renuncia es un acto voluntario. En México, las renuncias de ese carácter son escasas. Por eso, el súbito retiro de Margarita Zavala para contender por la Presidencia de la República es un evento insólito, poco probable. En nuestro sistema político suele ser frecuente que a un funcionario “lo renuncien” o, como alternativa “digna” a la anterior, le exijan presentar su renuncia bajo el pretexto de motivos personales. Estas renuncias no voluntarias son impuestas. Son actos que tienden a ocultar alguna irregularidad. Son congruentes con nuestro laxo sistema de justicia y una solución impúdica al desatino cometido: reflejo fiel de la impunidad. De haber honestidad y congruencia, las renuncias voluntarias sumarían decenas.

Por eso, la renuncia de Margarita Zavala es plausible: pone al descubierto la inequidad de los procesos electorales. Demuestra que falta un largo trecho por recorrer para que la figura de candidato independiente se consolide y se vincule en el engranaje democrático. Por ahora no existen las condiciones para institucionalizar esa figura política y, en cambio, sí existen los requisitos que tienden a hacerlas inoperantes.

Expone además la rapiña existente de nuestra forma de hacer política. Los principios, las ideologías se han desplazado a un lugar secundario gracias al pragmatismo oportunista de los partidos políticos y sus protagonistas: lo prioritario es buscar el poder por el poder lo que, como regla, se traduce en lucrativas ganancias financiadas por el erario.

La renuncia de Margarita Zavala no es una derrota; por el contrario, es una victoria que quizá ni ella misma imaginó. Una renuncia que multiplica cualitativamente los 3-5 puntos porcentuales que le otorgaba el electorado. Sin posibilidad de medición, puede afirmarse que su potencial número de votantes creció significativamente, aunque esa misma renuncia los nulifique.

La renuncia de Margarita Zavala implica un divorcio político total de su cónyuge, el ex presidente Calderón. Con ese desplante se convirtió en una figura política independiente de él, con atributos para liderar cualquier organización, partido o movimiento sin que sea criticada o cuestionada por su relación con Felipe de Jesús.

La renuncia de Margarita Zavala la coloca en un lugar central del escenario nacional. Será, sin duda, una legítima opositora. En otras palabras, la renuncia ha hecho emerger un nuevo liderazgo en el escenario político nacional, con voz propia, con ideas propias, con propuestas propias. Tiene, empero que cuidar esa legitimidad ganada. Ya dejó en libertad a sus seguidores para que decidan por su propia cuenta por quién votar. Sus bonos se catapultaron y por esa misma razón no puede ni debe acercarse a ninguno de los políticos que hoy en día la asedian. Puede dialogar con ellos, pero no negociar: se derrumbaría su legitimidad. En pocas palabras, una nueva Margarita Zavala nació la semana pasada, con más virtudes que defectos. Quedó atrás la Margarita Zavala del pasado. Ahora tiene un patrimonio político importante que tiene que preservar para la causa democrática. Hizo más con su renuncia que con cualquier otra cosa previa.

jreyna@colmex.mx

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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