La noticia cayó como rayo en el corazón del cartujo: murió David Huerta, escribió Sara Poot-Herrera desde Santa Bárbara, California. La llamó de inmediato; preguntó a otros amigos, consultó las redes sociales y en todas partes el mismo asombro, el mismo dolor ante la intempestiva muerte del poeta, del maestro generoso, un verdadero hombre de izquierda, aunque les duela a los impostores y pregoneros de la militarista 4T.
Una ocasión, durante una comida, el monje le comentó: “En la mañanera citaron a tu papá”. López Obrador había recordado en su conferencia un poemínimo de Efraín Huerta: “A mis maestros de marxismo no los puedo entender, unos están en la cárcel y otros en el poder”. David respondió: “¿Y quién está en el poder?”, agregando sonriente: “No entienden nada”.
Testigo de la masacre estudiantil en la Plaza de la Tres Culturas en 1968, en octubre de 1977 publicó “Nueve años después. Un poema fechado”. En 2018, en el Periódico de Poesía de la UNAM, rememoraba: “Me propuse escribir un poema en primera persona. Yo sería el protagonista del poema. Yo es quien ha estado en la plaza y ha salido de ella tremendamente aturdido por el ruido, la sangre, los gritos, el desconcierto”.
Nunca dejó de pensar en aquella plaza sitiada por militares, como tampoco dejó de pensar en las víctimas de la violencia o el poder. Uno de sus últimos ensayos —publicado hoy en el suplemento Laberinto— está dedicado al inmenso Miguel Hernández, y su última columna en El Universal es una defensa de Guillermo Sheridan, blanco de las furias del inquilino de Palacio Nacional. “Un hombre poderoso se afana en insultar y descalificar a un individuo cuyo solo instrumento de trabajo, la pluma proverbial, no debería molestarlo en absoluto”, señaló. “Sus libros, sus investigaciones, sus ideas, sus artículos brillan por su inteligencia y tienen un enorme valor. La mejor defensa es leerlo”, concluyó en ese texto memorable.
Miguel Hernández escribió: “Si me muero, que me muera/ con la cabeza muy alta”. Así murió David Huerta, el 3 de octubre, un día después del 54 aniversario de aquel horror en
Tlatelolco.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
José Luis Martínez S.