Habiendo pasado la elección del día 02 de junio, entramos en la etapa de reconstrucción (reconfiguración, remodelación) del poder político. El (la) líder que ha ganado en las urnas mediante la “fórmula” democrática, ha legitimado su ascenso al poder y se prepara para conformar gabinete y estructurar su plan y ejercicio de gobierno. La competencia electoral ha quedado atrás y necesita partir de la sublimación (la magia en su máxima expresión) que le dio la mayoría con el voto popular, para proceder a planear acciones concretas que deberá realizar una vez que proteste el cargo e inicie la gestión de gobierno. Esto independiente al proceso de impugnaciones judiciales que se están dando.
El autor Ricardo Homs (Las 28 reglas de oro de la estrategia electoral, Ed. Porrúa, 2011) señala que “la competencia electoral es una guerra de percepciones que se gana en la mente del elector más que en la calle”. Esta guerra de percepciones ha llegado a su conclusión y tendrá que continuar en otra vía, por medio del ejercicio de la responsabilidad pública que las y los electores le han conferido al ganador o ganadora.
Y ahí cobran relevancia tres cosas clave: 1) la división de poderes, y la conformación de los equilibrios del ejecutivo con el legislativo y judicial, 2) el estilo personal de gobernar, y 3) la gradación de las tensiones políticas entre la (él) que entra y él (la) que sale del encargo. Todo esto conformado dentro de la estructura constitucional que cada país ha generado en su sistema político-jurídico.
Expliquémonos.
La división de poderes ha quedado esculpida en los sistemas constitucionales desde que John Locke y el barón de Montesquieu la propusieron en sus obras, y fueron inspiración para los constructores de las naciones contemporáneas.
Prácticamente llevamos cuatro centurias con el chip puesto en la necesidad de que el poder tenga controles y equilibrios que deben atender, al final, a proteger los derechos de todos las mujeres y los hombres en un país. El basamento perenne del sistema constitucional ha sido la pretensión histórica de someter el poder al derecho.
Por ello, en todo sistema de gobierno la voluntad de los electores respecto al control de los Congresos (federal y estatales) en consonancia o disonancia con el titular del órgano ejecutivo, dice mucho de cómo habremos de percibir el desarrollo institucional de la voluntad expresada en las urnas. Y en México ya quedó claro que en los próximos tres años habrá de existir un congreso federal con mayoría de la coalición Sigamos haciendo historia (Morena y aliados PVEM y PT), que votará leyes y hará cambios constitucionales de acuerdo a las propuestas de campaña realizadas. El famoso plan C de las reformas, de las que la del Poder Judicial y la desaparición de los órganos autónomos son las más trascendentes.
El estilo personal de gobernar (famoso concepto del politólogo mexicano Daniel Cosío Villegas) cobra vigencia hoy más que nunca porque la presidenta electa, gobernadoras (es), y presidentas (es) municipales –en cabildo- que lograron la victoria, le imprimirán su sello personal al ejercicio de gobierno, y quedará su impronta en la historia colectiva durante los años que ejercerán el poder que les fue delegado. Una reconstrucción que pasa por el personalísimo ejercicio de las funciones públicas que les facultan a “hacer” para lograr el bien colectivo (lo que muchas veces en nuestra sociedad ha sido desviado en favor de intereses personales o de grupo, económicos, políticos o de otro tipo). Quien gobierne debe velar por los intereses supremos de la soberanía que el pueblo detenta.
La reconstrucción del poder basada en la decisión de las urnas igualmente pasa por el tamiz de la relación -personal y política- entre quien sale y quién entra (si son del mismo partido, si son de la misma ideología o bandera política, o si se da lo opuesto). Entonces se dan acuerdos, o tirones, políticos que inciden en la estructura operativa gubernamental, y resulta así rápida o lenta esta transición, independientemente de lo legal o normativo.
Está recomposición tiene incluso efectos muchos meses después de que el cambio se ha dado, y opera en todos los países del mundo (sucesiones tersas, o presidentes –mujeres u hombres- en la cárcel. Corea del Sur es un buen ejemplo).
Egos y naturaleza humana al fin.
Tenemos así el privilegio de observar una vez más el paso sexenal, o trienal, del poder nacional y algunos locales. Estafetas que son transferidas de manera civilizada mediante procesos democráticos [habrá cuestionamientos, pero son excepciones] que nos permiten ser testigos únicos, de momentos únicos, en el desarrollo histórico de nuestro México; tan agobiado por infinidad de circunstancias adversas (producto de la naturaleza o de los propios humanos), pero que con puntualidad precisa realizará dicha reconfiguración en las esferas del poder. Estemos atentos.