Se asume con razón que Omar García Harfuch, el popular jefe de Seguridad de la Ciudad de México, solicitó licencia este fin de semana para estar en condiciones de optar por la candidatura al gobierno de la Ciudad de México. Justo el último día que el calendario electoral lo establece para alguien que se desempeñe en una fuerza policiaca. No fue una sorpresa para nadie, toda vez que es el personaje que encabeza las encuestas de intención de voto. ¿Es la apuesta del obradorismo para evitar ser desplazado de la gubernatura más importante del país? Sí y no.
El primer tuit de Harfuch, como se le conoce en los medios, tras anunciar la separación de su cargo fue, por decir lo menos, intrigante: “Muchas Felicidades a la Alcaldesa @ClaraBrugadaM por 5 años de extraordinario y arduo trabajo en favor de la ciudadanía. Su trabajo se ve reflejado con hechos”. Un apapacho inusual, considerando que ella, alcalde de Iztapalapa, será su principal rival por la candidatura de Morena al gobierno de la ciudad. Podría ser interpretado como una mera cortesía, pero a mi juicio revela algo más de fondo.
Omar García Harfuch es, en efecto, el más popular de las “corcholatas” capitalinas, pero no el más cercano a Palacio Nacional o a los cuadros del obradorismo.De entrada, no es un militante de Morena y, en su momento, su incorporación “desde afuera” al equipo de Claudia Sheinbaum en el gobierno de la ciudad, levantó cejas en los círculos de la 4T. Y es que su ADN y su trayectoria inquietaba a no pocos entre la izquierda gobernante. El pedigrí generaba sospechas: hijo de Javier García Paniagua, cabeza de fuerzas de seguridad y político en los sexenios de López Portillo y Carlos Salinas, y nieto de Marcelino García Barragán, secretario de Defensa de Díaz Ordaz. Y el currículo tampoco era tranquilizante: sus credenciales académicas en criminología son impecables (cursos en Harvard, FBI, DEA), pero su paso y encumbramiento por las policías de Calderón y de Peña Nieto lo habían salpicado con la sombra de Genaro García Luna, actualmente sometido a juicio en Estados Unidos. Un personaje respecto al cual Harfuch ha dicho que apenas conoció durante su desempeño.
Claudia Sheinbaum lo incorporó a su equipo y lo designó responsable de seguridad a los diez meses de iniciada su gestión. Difícil creer que su nombramiento no haya contado con el visto bueno del presidente López Obrador, pero seguramente debió ser con reservas y por respeto a Claudia, porque fue notorio el vacío que el mandatario deparó al funcionario a lo largo de los siguientes cuatro años. Apenas en este último y a cuenta gotas el presidente lo ha mencionado con motivo de alguna investigación exitosa.
Y es que, en efecto, el desempeño de Harfuch ha provocado reconocimientos entre la opinión pública. Por un lado, las estadísticas de la criminalidad en la ciudad han descendido de manera importante y, por otro, varios incidentes de enorme repercusión mediática han culminado con éxito gracias a una investigación policiaca rápida y profesional. Y si bien la capital no ha sido inmune a la invasión de los cárteles nacionales, existe el consenso de que se les ha impedido proliferar como sí ha sucedido en el resto del país. Por lo demás, el modelo “Harfuch”, difundido como una estrategia basada en la profesionalidad policiaca, la investigación y la tecnología, contrasta con la opción seguida por el gobierno federal, centrada en el despliegue de militares, sea de manera directa o a través de la Guardia Nacional. El atentado que sufrió en el verano de 2020 atribuido al Cártel más poderoso del país, CJNG, que casi le costó la vida, apuntaló su prestigio como un hombre decidido a enfrentar al crimen organizado.

Lo cierto es que la reputación ganada por Harfuch lo ha convertido en la figura más popular de cara a la elección del gobierno de la ciudad. Pero no es el preferido de los obradoristas, claramente inclinados en favor de Clara Brugada, la eficaz y leal dirigente, cercana a López Obrador y a la propia Claudia Sheinbaum. El problema de Morena es que se anticipan elecciones mucho más competidas en la capital y, dependiendo de los candidatos finalistas, no se descarta que el partido en el poder podría incluso perderla. En las elecciones intermedias de 2021, como se recordará, la oposición obtuvo 9 de las 16 delegaciones y en este momento, a diferencia del gobierno del Estado de México, no hay una fuerza claramente favorita. Equivocarse de candidato podría ser trágico en esta contienda.
La estrategia es obvia, entonces: trabajar por la candidatura de la delegada de Iztapalapa para hacerla crecer en el ánimo popular, pero tener a mano la opción de Harfuch en caso de que tal promoción no prospere y la ciudad corra el peligro de perderse. Algunos dirigentes podrán seguir teniendo reservas sobre el afamado policía, pero es infinitamente preferible que entregar la ciudad a un político de la oposición. Las encuestas serán el mejor termómetro del camino a seguir, con la confianza de que existe un recurso al cual acudir en caso de emergencia. Y si no llegase a necesitarse, el funcionario pasará los siguientes meses organizando la estrategia de seguridad del gobierno de Sheinbaum, de la cual muy probablemente será el futuro responsable.
Tengo la impresión de que el carácter estratégico que posee Omar García Harfuch para el movimiento de la 4T no se reduce a los comicios de la capital el año entrante. Bajo determinadas circunstancias también podría ser el plan B, de emergencia, para el 2030. ¿Por qué? En otra entrega señalé que en estas elecciones la exigencia prioritaria entre la mayoría de los votantes gira en torno a la inconformidad que genera la pobreza y la desigualdad social. Es la razón por la cual la oposición misma debió correrse hacia el centro e inclinarse por alguien con el perfil de Xóchitl Gálvez.
Pero dentro de seis años el leitmotiv del electorado podría ser otro: la inseguridad pública. Nada descabellado, considerando la fuerza de la delincuencia en buena parte del territorio. En tal caso, el riesgo para los gobiernos de la 4T esperder el poder a manos de un Bolsonaro o un Bukele, relativamente fotogénicos, de micrófono fácil y discurso autoritario, emocional y simplista que prometa poner orden cueste lo que cueste. Tal como están las cosas, el único antídoto de la izquierda, hoy por hoy, sería jugar la carta de Omar García Harfuch: joven, carismático y probablemente con mejores argumentos para responder a tal exigencia. Una vez más, el recurso rómpase en caso de incendio.
@jorgezepedap