Cultura

La “taberna”, Chiapas y mucha poesía

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  • La “taberna”, Chiapas y mucha poesía
  • Jorge Souza Jauffred

En Los Altos de Chiapas, zona zapatista, cada lugar parece mágico; montes, selva lagos transparentes y magnéticos, corrientes serpenteantes y cascadas multiformes rodean a numerosas comunidades, pequeñas en su mayoría.

Cerca están dos ciudades: San Cristóbal de las Casas, espléndida, con sus 200 mil almas, y Comitán, más chica, donde la agrupación cultural “Puente de Letras” realiza, desde hace cuatro años, el Festival Internacional de Artes y Literatura Balún Canán. Este año, hace apenas unos días, participaron en él más de 60 artistas y poetas. Toda una apuesta cultural del poeta chiapaneco Arbey Rivera, director del Museo “Rosario Castellanos” de Comitán, y de su esposa Alejandra Constantino, coordinadora del festival.

En los tiempos aciagos que vivimos, llenos de muertos y desaparecidos, el festival es como un trago de agua limpia y fresca. Mientras el país vive una pesadilla, la poesía expande su luz en Chiapas.

Allá, entre montañas y lagos que alguna vez fueron sagrados, medio centenar de poetas y creadores se reunieron en Comitán y además con habitantes de comunidades como El Pacayal, de tres mil habitantes; Las Margaritas, de veinte mil; la Independencia, de tres mil y Rubén Jaramillo, de apenas 350, entre otras.

Muchos de ellos conservan costumbres ancestrales, ritos que sincretizan el catolicismo con añejas creencias; prácticas antiguas de las que portan vestigios en sus ropas, sus fórmulas de cortesía, sus expresiones amatorias.

En el caserío de Rubén Jaramillo, la llegada del festival se convirtió en festejo. Cuando arribaron los artistas, las personas ya se encontraban en sus sillas, en una explanada que sombreaba parcialmente un árbol enorme parecido a una parota.

El foro había sido delimitado con piedras; algunas mostraban la huella milenaria de hojas fosilizadas. Las personas mayores tomaban la función con la seriedad de un rito. Una linda chiquilla cuidaba que el copal, al frente la mesa de lecturas, no dejara de arder.

Las señoras prepararon una breve muestra gastronómica y ofrecían a los escritores sabrosos platillos poco conocidos. Las niñas, prendiditas, enroladas en enaguas coloridas, lucían trenzas o colitas impecables; los chiquillos, más al descuido, pelaban los ojos cuando se leía poesía.

Finalmente, cuando sonó la marimba, la gente comenzó a bailar. Artistas, poetas, comuneros, indígenas, bailaban al son del conjunto. Aquello era una fiesta. Uno de los comuneros nos llevó algunos vasos de la bebida del lugar: “taberna”. Una especie de aguamiel extraída del tronco de la palma del coyol.

“Tiramos la palmera, le quitamos las hojas, abrimos una hendidura en el extremo tierno y comienza a gotear la taberna. Nos da un litro por la mañana, uno por la tarde y uno por la noche, durante un mes. Si uno se toma dos o tres vasos parece que no siente nada, pero cuando se levanta, se le doblan las rodillas y se cae”. Líquido amable, fresco y dulce, la taberna se quedó en el corazón de quienes la probamos por primera vez. Bajo la tarde chiapaneca, la fiesta terminaba y nosotros teníamos que partir.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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