Había un heroico Caballero que triunfaba en cuentos de todas las lenguas y lugares. Su valor era tan grande, que cansado de vencer dragones y ogros de cuento en cuento, decidió probar su valía en el mundo real.
Al llegar, no encontró temibles criaturas ni malvados brujos a quien atemorizar con su espada. Sólo vio gente estresada y atemorizada, y parecía no haber quien los obligara a vivir con aquella angustia: Todos iban de prisa de un lado a otro sin hablar con nadie, como si algo terrible fuera a pasar. Pero al acabar el día, nada malo sucedía. Y así día con día.
El Caballero resolvió encontrar el misterio de esa angustia. Regresó a su mundo de cuentos a consultar: Dime, gran sabio ¿cuál es el enemigo que atemoriza a la gente del mundo real? El sabio respondió: El enemigo no existe, pero es poderoso y tan numeroso como las estrellas del cielo. Protestó el caballero: ¿Es eso posible?
Sí, como en el mundo real no había dragones ni ogros, se inventaron los enemigos, y ahora, cada uno tiene un enemigo hecho a su medida y está dentro de su corazón. Para unos se llama codicia, para otros envidia, egoísmo, pesimismo o desesperanza. Han sembrado su interior de malos sentimientos, llevándolos consigo a todas partes, y no es fácil sacarlos de allí.
Regresó al mundo y se ofreció a cuantos encontraba para liberarlos de su mal interior. Pero sólo encontró indiferencia. Agotado y confundido, arrojó sus armas y buscó una piedra del camino para descansar, al hacerlo, tropezó y cayó, al verlo un hombre que pasaba por ahí, rió a carcajadas, el Caballero se enojó, pero al mirarlo, observó en sus ojos el brillo alegre que no había visto en el mundo real. Ahí encontró la solución: Sólo necesitaban una sonrisa, una pequeña ayuda para desterrar sus malos sentimientos y disfrutar de la vida.
Así, el Caballero, armado con una gran sonrisa, se dedicó a formar un ejército de libertadores: Un grupo de gente capaz de recordar a cualquiera la alegría de vivir. Y ganó la batalla. Autor anónimo.
Amigo lector, no lo dude, el mayor obstáculo para ser felices, somos nosotros mismos, con nuestros sentimientos absurdos y nuestras preocupaciones banales. ¿Qué opina?