Cultura

Penacho penando

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Todo esfuerzo a favor de la Historia con mayúscula merece encomio y toda labor por el rescate y conservación de la Microhistoria, de la memoria de quienes han sufrido sin voz ni voto es de obligada preocupación moral y cívica. Patria y Matria de los pueblos se hinchan y benefician de la clara conciencia que fomente el conocimiento de sus pasados, la conciencia del recuerdo, la constancia de los hechos del pretérito.

Se percibe un raro tufo de veladas autocensuras y malintencionadas ocurrencias en quienes prefieren imponer silencio o desdén al complicadísimo tema de los patrimonios históricos alejados —por diversos y diferentes motivos— de sus respectivos lugares de origen. Así los mármoles del Partenón que se robó un lord inglés, como las piedras de pirámides de Egipto y sí, los códices, joyas, ollas, rodelas, objetos diversos en cerámica, jade, madera u oro que se dispersan sobre el espejo negro de Tezclatlipoca en todos los museos, archivos y bibliotecas del ancho mundo. Todo eso se me afigura como un inmenso tocado de plumas —que según los que se saben debe llamarse quetzalapanecáyotl— y que nos han dicho que es penacho sinónimo de corona, aunque bien podría ser capa imperial (no solo porque no aparece en ningún códice sobre la testa del emperador Motecuhzoma, aunque así salió en la serie de Netflix, sino también porque no hay explicación para su equilibrio sobre el cráneo, mientras sí hay representaciones de una corona con una elevación sobre la frente en oro y sin plumas).

Penacho penando desde hace siglos en lugares distantes bien podría ser la metáfora de una memoria que en pleno siglo XXI sigue revelando severas confusiones y penosas exhibiciones. No se trata ni de la ridícula impostación de quien se cree la resurrección de Cacama e invoca entre humos de copal el retorno inminente de los sacrificios humanos ni de la imperdonable impostura de los neofascistas españoles que alzan su vox creyéndose descendientes que, en realidad, somos los que llevamos apellidos peninsulares bajo la piel guadalupana.

Lo que celebro es que se estudie y se hable de nuestra historia y que todas las historias que nos unen sean leídas y abatan la infinita ignorancia que tanto daño ha causado a las policromadas plumas de nuestra imaginación y memoria.

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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