
Entre las muchas páginas, infinidad de párrafos e inolvidables paseos que debo a la generosidad de Pepe Gordon, soy un reconfirmado fan de las series llamadas Imaginantes que tuvo a bien proyectar en televisión mexicana y luego, asequibles en DVD para deleite ad libitum y regalo ideal para escolares inteligentes. José Gordon psicoanalista y entrañable, escritor e iluminado, capaz de condensar en guiones de muy pocos minutos auténticas joyas de conocimiento contagioso. Agreguemos la espléndida producción de cada uno de los capítulos, con recursos gráficos y mágicos para que cada relámpago de saberes se vuelva vicio de veras.
Como no llevo la nota de novedades cibernéticas, aunque sé que hoy mismo se presentó en público el iPhone 15, se me ocurre comentar aquí la quizá ya caduca aparición de las Gafas Apple o bien cualquier marca de anteojos de realidad virtual. Lo hago como homenaje a la serie Imaginantes de José Gordon, en particular el capítulo titulado “La píldora de la imaginación” donde Pepe hace en una sola pincelada recomendación, reseña y elogio del libro Viendo visiones, de Carlos Fuentes.
Sucede que entre las muchas conversaciones que sostuvieron Buñuel y Fuentes, iluminaciones sensacionales de inteligencia y creatividad, hay una larga discusión mencionada por Fuentes en Viendo visiones donde insiste
en preguntar cómo se puede compatibilizar la libertad con la técnica y tecnología cinematográfica, considerando que para Buñuel el cine era la máxima expresión o proyección de la poesía. Buñuel le responde a Fuentes con un hermoso deseo: la cúspide de la producción cinematográfica será cuando podamos llegar a casa, tomar una píldora, cerrar los ojos y proyectar sobre una pared en blanco la película que llevamos cada quien en la mente.
Eso ya llegó con lo que propongo que se llamen Gafas de Gordon. Es decir, los anteojos conectados sin cable al teléfono que llaman inteligente o a la tableta donde llevamos ahora la biblioteca entera para sentarnos sin necesariamente tomar píldora alguna y sin que haya o no un muro vacío delante de nosotros para proyectar las películas que flotan por millar en el etéreo, las propias filmaciones de nuestros más íntimos afectos o bien los capítulos entrañables que contagian inteligencia producidos, escritos o soñados por mi amigo Pepe Gordon.