¡FILecidades a Marisol Schulz y todo el incansable equipo de la FIL Guadalajara! ¡FiLecidades a Raúl Padilla, las editoriales, los autores y lectores de todas las FIL Guadalajara! Una metáfora de miles de libros y las incontables nubes con todos los fantasmas de poetas o novelas del pasado, más la luminosa estela de todos los lectores posibles flota ya desde hoy sobre Oviedo en espera de una coronación merecida: el instante en el que una princesita como de cuento entregue el diploma que reconoce a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como epicentro vibrante de la cultura hispanoamericana, inmensa reunión de prosa y verso, público y pensamiento, personajes y publicaciones sin igual en el mundo con eñe.
Por azar asistí a la primera edición, cuando parecía un sueño de piso de tierra y carpa al vuelo, del brazo de mi maestro Luis González y González y por azar me volví asiduo para ver de cerca de los autores que idolatro, los libros que atesoro y el mismo azar me ha permitido ver a mis hijos triunfar en una de sus muchas pistas, inmenso circo al que solo he faltado en cinco o seis ocasiones. Efectivamente, hubo una larga época de juerga y remate festivo de cada año en los que parecería que la FIL era no más que el Spring-break del delirio y el desenfreno y hubo más de una presentación de libro en la que me equivoqué de sala, autor y obra; cada año una ilusión cristalizada en la presencia de los inmortales, en el galardonado con un premio que llevaba el nombre de Juan Rulfo y que, por una necedad quizás ahora afortunada, lleva el propio nombre de la Feria que el FIL ya como apodo infaltable en la aspiración de todo libro que desee venderse y cada escritor que desee ser leído.
Es una feria ancha e inabarcable, es inmensa y raramente íntima; es entrañable y seguirá siendo —ahora más— el broche de toda edición y tiraje… mas promesa de lo por venir. Es decir, metáfora de pura FiLecidad.