En el más célebre de sus libros, El matrimonio del cielo y el infierno (1790), el poeta William Blake desarrolla su alquimia de los elementos antagónicos: “Sin contrarios no hay progreso. La atracción y el rechazo, la razón y la energía, el amor y el odio, son necesarios para la existencia humana”.
El libro incluye una lista de aforismos titulada Proverbios del infierno, que sería conveniente anotar y cargar, por si acaso, en el bolsillo. Buena parte de esos aforismos provenía de una fuente, digamos, ultraterrena; salieron de sus conversaciones con personajes que se le aparecían, como el profeta Ezequiel o un ángel en la rama de un árbol, o la mismísima cabeza parlante de Dios.
Acerca del valor del pasado, y de los antepasados, en nuestra vida, el poeta recomienda: “Conduce tu carreta y tu arado sobre los huesos de los muertos”. Este famoso aforismo suyo, que hizo estragos en los años setenta, se ha llevado al hoyo a varios inocentes: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. También este otro hizo reverberar la candidez de algunos: “La prudencia es una vieja solterona fea y rica cortejada por la incapacidad”. Con el siguiente nos situamos en el límite de la convivencia, al borde de la fractura del pacto social, en el umbral del planeta de los simios: “Aquel que desea, pero no actúa, engendra pestilencia”. Y en este raro y sucinto proverbio se sitúa al sufrimiento como una forma de holgazanería: “La abeja laboriosa no tiene tiempo para sufrir”.
O este otro, que aniquila alegremente el mito de la persona que se hace a sí misma: “Ningún pájaro vuela demasiado alto si lo hace con sus propias alas”. O esta descarnada ecuación, más bien desgraciada, que nos dice: sabio = tonto + tiempo: “Si el tonto persistiera en su necedad se convertiría en sabio”.
Con este otro aforismo William Blake nos invita, como que no quiere la cosa, a revisar el elenco de personas con las que conversamos: “Siempre deberás estar pronto a decir lo que piensas y así el hombre de baja calidad te evitará”. Y este otro que parece la pura verdad: “El pobre de valor es rico en astucia”.