Allá por 1962, en la ciudad del Roma, se inició la celebración del Concilio Vaticano II, en el que participaron los episcopados católicos del mundo y un buen número de observadores y ateos.
Juan XXIII, al inaugurar el evento, habló del deber que tiene la Iglesia de “escrutar a fondo los signos de los tiempos”, para que la Iglesia se ponga al día, en su doctrina y en su pastoral.
Tal expresión provocó de inmediato un serio alboroto entre estudiosos de la Biblia, teólogos, pastoralistas, historiadores, pues tal expresión no era netamente bíblica aunque se emparentaba, pero encontró fortuna y vino un desarrollo formidable de la teología de los signos de los tiempos, después de la realización del Concilio Vaticano II.
Aunque pareciera una cuestión de profunda teología, aquí en la Diócesis de Torreón hace décadas que se desarrolla un camino que lleva al conocimiento de los “signos de los tiempos” a través del método de oración, “Ver”. “Pensar”, “Actuar”, que en gran parte desemboca en el “descubrimiento de los signos de los tiempos”, que son grandes eventos que caracterizan una época y que descubren retos para el creyente, que descubre la Iglesia en el mundo.
Pero un cristianismo de prácticas de rezos, novenas, triduos, oraciones frente al Santísimo, difícilmente llevan al conocimiento de la realidad, porque “el otro” no está en el contexto de la fe del piadoso.
La epidemia del COVID-19 ha sido tan devastadora que para algunos, de los más frecuentes al templo, ya pareciera que casi no hacen falta estos recintos tan llenos de cucarachas, porque pasaron mucho tiempo cerrados y del virus nada reconocieron en sus interiores. ¿Se avecina un nuevo modo de vivir como Iglesia?
¿Será lo mejor que el siguiente paso sea decirle al pueblo, que necesita un boletito para ingresar al templo, que es una manera de abandonar este recinto como casa de todos los creyentes? O ¿será que no pensamos bien nuestro deber pastoral en medio de la pandemia, sin ser descuidados en las normas sanitarias?
¿Para qué llamar las campanas de algunos templos, si cuando llegue el feligrés a la puerta, es como “la puerta negra, de tres candados”, a donde no entran más que los amigos del celebrante, y con el pretexto del coronavirus, se rompen las leyes litúrgicas, las homilías se alargan alrededor de una hora, se trasmite por internet la tal ceremonia, sin omitir, como elemento moderno, de astucia e infaltable, el número de cuenta bancaria, para que no falte la atención necesaria a la institución.
¡Cuánta pregunta!