Muchos periodistas comentan con agrado el que 40 migrantes estaban a las puertas de la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, cundo llegó el cuerpo del Papa Francisco, a quien se le cumplió su gusto de ser sepultado en tal lugar, obedeciendo a una particular devoción del difunto Papa a la Virgen María.
Los migrantes no eran más que una representación mínima de los millones de migrantes que en el mundo caminan en búsqueda de un respeto a su vida. No se emigra por gusto sino por necesidad vital.
Fratelli Tutti es el nombre de la tercer Carta Encíclica que el Papa Francisco envió al mundo.
En el número 129, de tal documento pontificio Francisco dice: “Cuando el prójimo es una persona migrante se agregan desafíos complejos.
Es verdad que el ideal sería evitar las migraciones innecesarias y para ello el camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las condiciones para un desarrollo integral”.
Y añade: “Pero mientras no haya serios avances en esta línea, nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona.
Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover, integrar.
Porque “no se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia social sino de recorrer juntos un camino a través de estas cuatro acciones, para instruir ciudades y países que, al tiempo que conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas estén abiertas a diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad humana”.
Al morir el Papa Francisco, multitud de voces agradecen su mensaje.
La Iglesia sigue su camino en el tiempo y en medio de los pueblos.
El nuevo Papa no podrá olvidar su mensaje. Mientras tanto, una serie de albergues que vienen desde Centroamérica, dan auxilio a miles de migrantes, desde su pobreza, pero con un corazón inmenso que en nada se compara a la dureza de Trump y los que como él piensan.
No son pobres por su voluntad, sino porque las estructuras sociales de pecado se han impuesto.