A pesar de los avances logrados en materia de inclusión financiera, el uso del dinero en efectivo sigue predominando en nuestra región, especialmente entre las poblaciones de bajos ingresos. En su reciente estudio La nueva era de inclusión financiera en América Latina, Mastercard señala que 63% de los encuestados reportaron que el efectivo es su principal método de pago, y cuatro de cada diez de estos afirmaron que destinan más de la mitad de sus gastos mensuales a pagos en efectivo.
En México, el Panorama Anual de Inclusión Financiera 2024 de la CNBV reporta una cobertura municipal de 95% y un alcance demográfico de casi 100%, esto gracias a la proliferación de Terminales Punto de Venta (TPV); sin embargo, la encuesta Global Findex del Banco Mundial muestra que solo 43% de los adultos en México hacen o reciben pagos digitales. Y es precisamente en esta disparidad donde quiero enfocar la atención.
Sin duda, la ola fintech ha transformado el acceso y uso de productos digitales en los últimos años, lo que ha permitido a más personas tener cuentas, realizar transferencias y obtener créditos de manera rápida. Sin embargo, la inclusión financiera sigue siendo un espejismo para una gran parte de la población.
¿Qué necesita el bolero para tener una cuenta de ahorro o tarjeta de crédito? ¿Y la señora que vende tamales afuera del supermercado o de la escuela? ¿O el señor de la abarrotería, la señora de los tacos en la esquina? Confianza, agilidad y percibir un valor agregado.
Sin duda, la terminalización ha fomentado la inclusión financiera; sin embargo, los costos asociados son demasiado altos. La dueña de un negocio de abarrotes en el mercado enfrenta una realidad simple pero compleja: aunque tiene una cuenta bancaria, el costo de aceptar pagos con tarjeta con la TPV (terminal punto de venta) es lo suficientemente alto como para que prefiera seguir con el efectivo, o pedir una transferencia al cliente. Son múltiples las barreras que una persona enfrenta para volverse usuario digital, pero nada cambiará si no percibe un beneficio claro e inmediato.
Las fintech han hecho un excelente trabajo promoviendo sus aplicaciones y reduciendo las barreras tecnológicas haciéndolas increíblemente fáciles. Sin embargo, muchos usuarios nunca las vuelven a utilizar, porque no ven un beneficio tangible. La brecha entre la oferta de servicios digitales y su adopción efectiva sigue siendo demasiado grande.
En medio de una emergencia nocturna, muchos preferirán recurrir al “sobrecito” en el cajón, una opción quizás más eficaz que ir a un cajero automático. La señora costurera de Tláhuac no puede concebir la idea de ahorrar a plazo (3 meses) en su aplicación, necesita estar segura de que su dinero está disponible cuando lo necesite.
Para romper la barrera de la inmediatez, debemos centrarnos en resolver las necesidades cotidianas de las personas a través de los servicios financieros. La inclusión no es un concepto abstracto; es una cuestión práctica. Esa es la clave para hacer de la inclusión financiera una realidad tangible.
Mientras no logremos este equilibrio y les hagamos la vida fácil a las personas a través de servicios financieros, la inclusión financiera, tal como la promovemos hoy, seguirá siendo un espejismo.
Ya existen historias que podemos voltear a ver en otras partes del mundo; Brasil y Kenia son dos ejemplos. Son muestras de que sí es posible crear un ecosistema donde el "cash-in" y el "cash-out" sean fáciles, accesibles y económicos. Esto no solo depende de las Fintech, sino que debería ser un esfuerzo conjunto entre los bancos, las empresas de tecnología, las cadenas de autoservicio, las compañías de telefonía y el gobierno, acompañado de una oferta clara de educación financiera y estímulos para incentivar su uso en transacciones habituales y así lograr la inclusión real.