Virus es una palabra que antes del Covid-19 utilizábamos con mucha frecuencia.
Pero sólo como inofensiva analogía.
Atacó un virus el sistema operativo, alertaban los geeks de la informática.
Nosotros viralizamos su video promocional, prometen los publicistas.
Los virus biológicos, los virus computacionales y los virus culturales se propagan de forma muy similar.
Popularizar una idea es contagiar con ella a millones de personas y mejor aún si se “infectan” gratis con una transmisión boca a boca.
En su libro “El punto de inflexión”, Michael Gladwell explica cómo las ideas que capturan nuestra atención y perduran en nuestra memoria lo consiguen porque se diseminan como epidemia viral.
El científico Richard Dawkins iguala la supervivencia de las ideas con la supervivencia de los genes. Únicamente sobreviven las ideas que logran transmitirse y replicarse.
Según Dawkins los genes son la unidad básica de la herencia genética y los memes son la unidad básica de la memética y de la herencia cultural.
Hay científicos sociales que consideran que las ideas son una especia de infección, que las ideologías son parásitos mentales y que los humanos somos sus anfitriones.
Miles de historias compiten cada día por penetrar nuestro cerebro, por inocularse en nuestra mente, por ganar espacio en nuestra atención y por consumir la energía de nuestro proceso racional.
Thomas Davenport, también científico social, escribió en su libro “La economía de la atención” que el activo más escaso es el interés de las personas y que existen cuantiosas ganancias para quienes capturan nuestra atención y venden el acceso rápido a nuestra mente.
Así pues, hay que cuidarnos de las ideas estúpidas, de la información chatarra, y de la verborrea de los políticos populistas. Son virus que matan la inteligencia.