El liberalismo considera la libertad humana como el valor más importante y sostiene que toda autoridad legítima surge del libre albedrio de las personas.
El relato liberal afirma que en democracia gana quien obtiene la mayoría de los votos emitidos por individuos que son libres, saben qué les conviene y están suficientemente informados.
En economía lo mismo: Ganan aquellas empresas cuyo producto y servicio es elegido por satisfacer el libre albedrio de consumidores en un mercado de libre competencia.
A nivel colectivo el liberalismo necesita de instituciones autónomas y reglas claras para preservar la democracia, impedir dictaduras desde el poder político, evitar expoliación desde poder financiero, garantizar el derecho a la propiedad privada, incentivar el desarrollo económico, y garantizar el debido proceso judicial y la libertad de expresión.
Pero ¿Qué es el libre albedrío?
¿Es real la libertad de elegir? Hay neurobiólogos que sostienen que tomamos decisiones obedeciendo patrones evolutivos.
Nuestro cerebro calcula en base a algoritmos bioquímicos que evalúan en fracciones de segundo las probabilidades de sobrevivir, alejar el miedo y el dolor, obtener placer y reproducirnos.
A estos procesos algorítmicos (conscientes y subconscientes) los hemos bautizado como sentimientos, sensaciones, intuición, criterio, y raciocinio.
Cada periodo de la humanidad ha tenido distintas fuentes dominantes para generar y concentrar la riqueza.
Han sido la tierra y los recursos naturales, la propiedad industrial y de los medios de producción, el conocimiento y la tecnología.
Hoy y en el futuro próximo la fuente de riqueza son los datos personales.
Obtenerlos sin costo, procesarlos masiva y económicamente, y generar algoritmos que intervengan, influyan o de plano sustituyan el libre albedrio de las personas, sin su conocimiento o su consentimiento.
No escribo esta columna por la película The Matrix. La escribo porque Waze, Google, Alexa, Siri, Facebook, y Netflix toman ya nuestras decisiones y los teléfonos saben todo de nosotros.