“El mundo es grande y quiero echarle un buen vistazo antes de que oscurezca”
Me gusta leer, también en los aviones, y siempre leo la revista que ponen las aerolíneas en la bolsita adelante del asiento.
Creo que tal publicación cumple su cometido a la perfección: te deja con la comezón de viajar, con la urgencia de conocer ciudades, países, lugares.
Con la certeza de que has viajado poco.
Yo he viajado poco. No conozco Europa ni Sudamérica.
Alguna vez un querido amigo me preguntó el porqué, y mi respuesta espontánea, me dijo, le pareció ingeniosa:
Cuando he tenido tiempo no he tenido dinero y cuando he tenido dinero no he tenido tiempo.
Pero he reflexionado tal respuesta, y es otra excusa que me he inventado. Ahora quiero hacer mía la frase con la que empiezo esta columna: “El mundo es grande y quiero echarle un buen vistazo antes de que oscurezca”.
Tengo en el corazón un viaje que hice con mi esposa y con mi hijo. Manejando desde Torreón hasta Isla Morada en Los Cayos. Recién ingresaba Heriberto a la universidad en Florida y fue una aventura familiar de tres mil kilómetros por carretera.
Torreón, Monclova, Piedras Negras, Eagle Pass, San Antonio, Houston, Beaumont, Lafayette, Baton Rouge, Nueva Orleans, Mobile, Pensacola, Tallahassee, Jacksonville, Orlando, Tampa, Fort Lauderdale, Miami, y el Parque Nacional de los Everglades.
Fue un viaje largo, sin prisas y con pausas. Reímos mucho, nos asustamos tanto cuando tuvimos que manejar en medio de una tormenta en Alabama, y también tuvimos esa sensación de que el futuro nos pertenecía y de que nunca nadie nos lo podría arrebatar.
Regresábamos a Florida todos los años, hasta la graduación universitaria. Allá, y en los veranos y en las navidades en Torreón, vi a mi muchacho crecer.
Pero como diría el clásico de la nostalgia: El tiempo pasa muy rápido.
Habrá que aprovecharlo antes de que oscurezca.