La bruma política nubla el terreno intelectual. La vieja esfera pública y los conceptos con que se leyó el mundo durante el siglo pasado son insuficientes para aprehender la nueva realidad y los intelectuales que la leían e interpretaban se han quedado rebasados ante los cambios sociales en curso, no solo en México, sino en el mundo, con herramientas obsoletas, vinculadas a un modelo neoliberal, otrora hegemónico, hoy debilitado.
Esa incertidumbre propia de las épocas de crisis se ve incrementada por el quiebre de la esfera pública y la polarización, esa sí, del debate sobre el curso de la democracia en México. De un lado, los antiguos intelectuales orgánicos leen la transformación que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador como un retorno al populismo y un paso hacia la autocracia y el totalitarismo. Del otro, estamos frente a la construcción de un nuevo Estado social, en una transición energética que nos permitirá recuperar la soberanía y sentar las bases de un cambio político de fondo.
Los extremos se tocan. Ni es para tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Si en el pasado la discusión pública se daba a través de los diarios y las revistas hegemónicas, convertidas en tanques de pensamiento, ahora que el nuevo régimen descalifica todo lo que éstas generaron, no hay espacios de encuentro ni una nueva plaza pública que sustituya a la anterior (porque no pueden serlo tampoco los reductos de la izquierda radical, más órganos de propaganda que de discusión).
En las redes sociales, mientras tanto, la discusión es encarnizada sobre todo lo que concierne al Estado. Discutimos sobre el CIDE, las becas, la ENAH, el Indesol, el Inali, sobre el Conapred, sobre Cuauhtémoc, sobre Cuitláhuac, sobre Morena, sobre la familia del Presidente, sobre corrupción, reforma energética, sobre el INE, sobre los órganos autónomos, etc., pero no hay, por ejemplo, un debate público sobre la violencia, en particular sobre su narrativa y sobre la épica que construyen a su alrededor algunos medios. Si acaso aparecen por ahí unas cuantas críticas a la estrategia de abrazos y no balazos o se polemiza sobre las cifras, pero no sobre la economía que sostiene a esas corporaciones criminales o de cómo una parte de la sociedad está metida hasta el fondo en esas organizaciones delictivas.
Tampoco se habla de muchos temas más que debieran estar en el centro de la discusión. Uno de ellos, como muestra, es la forma en que los hombres del dinero solo se han vuelto más ricos durante la pandemia y de cómo el Estado ha renunciado a ejercer una política fiscal que impacte de verdad en disminuir la desigualdad, que no ha hecho sino más profundas las heridas que dejó la pandemia.
Hay reacomodos en el terreno de las ideas y esfuerzos legítimos para abrir las discusiones que México requiere, más allá de la consigna o la diatriba. Esperemos que pronto escampe y surja una nueva esfera pública donde los argumentos se dibujen con claridad. Hace falta.
Héctor Zamarrón
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