Más temprano que tarde el cambio nacional que vivimos tocará las puertas de la educación superior pública. Por lo menos los aspectos más importantes de este sector enfrentarán presiones del entorno y considerables desafíos de adaptación. No es sólo que el gobierno federal tenga una agenda de transformación omniabarcante, o que en sus propósitos esté volver más austeras y socialmente relevantes a las universidades: se trata de un imperativo global vinculado a fuerzas sociales y económicas que no pueden ser fácilmente conjuradas.
Una de tales fuerzas es el cambio tecnológico. Basta ojear cualquier libro acerca de las innovaciones en la robótica, la digitalización o la inteligencia artificial, para imaginar las dificultades que acechan la enseñanza de las profesiones en nuestros días. No es casual que Andrés Oppenheimer haya titulado su libro Sálvese quien pueda para referirse a la supresión de los empleos acarreada por la imparable innovación tecnológica.
Las universidades están en el ojo de este huracán. Se volverá ineludible la necesidad de revisar sus formas de organización y funcionamiento, así como los criterios con que se evalúan sus impactos públicos y sus resultados sociales. También deben examinarse las formas en que las universidades se autogestionan, las maneras y modalidades en que educan profesionistas y técnicos, así como las estrategias de creación de conocimiento e innovación que ponen en marcha.
Este escenario también obliga al gobierno a revisar las políticas que se han venido aplicando en la materia desde hace varias décadas. ¿Quién puede negar que las universidades públicas de hoy son resultado, en gran medida, de las políticas federales asumidas a partir de los años ochenta? Vistas en perspectiva, con todo y sus bondades y defectos, las universidades públicas mexicanas son criaturas del estado mexicano. Su buen o mal desempeño, forma parte del éxito o el fracaso del gobierno en turno.
En otras palabras, hoy el sistema de educación superior pública está a prueba, sobre todo cuando se impone la necesidad de construir una nueva etapa en la historia de México que saque a la nación del marasmo en que cayó como resultado de las insuficiencias mostradas en los últimos períodos de gobierno.
En el fondo, se trata de mejorar la manera en que las casas de estudios sirven a la nación y contribuyen a resolver sus problemas, la forma en que se insertan en un proyecto de desarrollo del país y de crecimiento de la economía más amplio. El bienestar social y la fortaleza de México, su soberanía y la conquista de un mejor futuro, dependen en gran medida del tipo de universidades públicas que seamos capaces de construir entre todos, universitarios, gobernantes y ciudadanos comunes.
El primer paso para enfrentar estos imperativos de mejora es ponernos a pensar y revisar todo de nuevo. Estos ejercicios no son nuevos. Hay casos similares, toda proporción guardada, que deben ser considerados. Uno de ellos, aunque para un contexto diferente, es el caso de la ASU (Arizona State University), la cual, hacia 2002, a la llegada de su presidente actual, Michael Crow, comenzó un cambio institucional sin precedentes.
En esos años la ASU era una universidad relativamente intrascendente que de ninguna manera competía con las grandes universidades norteamericanas de investigación y orientadas más bien a satisfacer las necesidades educativas de las élites estudiantiles.
Al arribar Crow, se propuso demostrar que, siendo pública y abierta a una gran diversidad social, racial y demográfica de sus estudiantes, la ASU podía ser una universidad de investigación muy fuerte y absolutamente pertinente.
Recojo estas ideas de un libro escrito por él y por William B. Dabars, titulado Designing the New American University, en el que describe la empresa de cambio que llevó a cabo. Desde su perspectiva, lo que ha hecho la ASU tiene el alcance de haber creado un auténtico nuevo modelo de organización de la vida universitaria.
En diciembre de 2017, tuve la fortuna de conocer la ASU y constaté algunas de las afirmaciones de Crow. Sobre todo, un espíritu de innovación y creatividad que fluye y se percibe en todo momento. Esto sólo pudo ocurrir como resultado de una voluntad de cambio muy clara y muy profunda:
La ASU, dice Crow, “se ha reconstituido a través de un proceso de diseño deliberado como un prototipo fundacional para una Nueva Universidad Americana, un modelo institucional basado en el descubrimiento y la producción de conocimiento, la cual incluye a una amplia representación demográfica de la diversidad socioeconómica de la región y la nación y, a través de su amplitud de funciones, la maximización del impacto social”.
Este párrafo no sintetiza la riqueza del cambio que ha vivido la ASU, pero da idea de las ambiciones que allí se pusieron en juego y en buena medida lograron materializarse. La próxima entrega estará dedicada a profundizar en ello.