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La cuesta que no acaba

  • Economía empática
  • La cuesta que no acaba
  • Héctor Farina Ojeda

La pandemia de covid 19 no solo representó un shock para la economía mundial, sino que después de un proceso lento de recuperación nos sigue dejando un resabio que no quiere irse: los precios altos, el encarecimiento de productos sensibles para las familias. Recientemente el Banco Mundial advirtió que los precios de las materias primas se han mantenido sin cambios en 2024, lo que equivale a decir que no habrá una tendencia de disminución de los precios de las materias primas que permita pensar en que el consumidor final de los productos sienta que los precios están volviendo a niveles de antes de la pandemia.

Desde mediados de 2023 las materias primas no han variado mucho en cuanto a sus costos, mientras que para 2024 se espera una reducción del 3 por ciento, en tanto para 2025 se estima que la reducción será de 4 por ciento. Estas cifras siguen siendo insuficientes para devolver los precios de los productos a la situación anterior a la pandemia, ya que se siguen teniendo un valor 38 por ciento más alto que el promedio de antes de la contingencia sanitaria, de acuerdo a los datos del Banco Mundial.

Si lo pensamos en el contexto de América Latina, nos encontramos con la historia de países de economías emergentes que tienen elevados niveles de pobreza y desigualdad, por lo que cualquier aumento en los precios de los productos y servicios básicos equivale a más empobrecimiento y, en el caso más extremo, de una pobreza tan acuciante en la que la gente no tiene ni la capacidad de cubrir el costo de los alimentos. No hay que olvidar que en el conjunto de países latinoamericanos la pobreza es la condición en la que viven más de 200 millones de personas.

En el caso de México, la inflación también se resiste: en la primera quincena de abril la cifra fue de 4.63 por ciento anual, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi). Esto significa que la cifra se mantiene por encima del objetivo del Banco de México de que la inflación anual sea de más o menos 3 por ciento. Y aunque la inflación mexicana es inferior a la de la mayoría de los países latinoamericanos, el problema es que la persistencia de los precios elevados se convierte en una cuesta interminable para millones de personas que no tienen las condiciones para cubrir los costos del encarecimiento de vida.

Cuando vemos la confluencia de los precios elevados y las carencias económicas en las que vive la gente, la gran deuda latinoamericana tiene que ver con la mejoría de los empleos, los ingresos, la generación y la distribución de la riqueza para que la gente pueda enfrentar cualquier contingencia. Vivimos en un subcontinente de economías frágiles y precarias que dejan a la mayoría de la población a merced de una suba de precios, de una mala temporada de cosechas, de un mal año en el comercio o de algún conflicto que afecte las exportaciones. Es cierto que hay que seguir buscando que los precios se desinflen pero más que nada lo que hay que buscar es que las economías sean más sólidas, más preparadas y menos vulnerables.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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