Estos últimos días me puse a leer las columnas de análisis político del país y quedé entre sorprendido y sospechosista -valga el neologismo- del nivel de pensamiento.
A ver, los partidos políticos derrotados por López Obrador en el 2018 quieren recuperar el poder, fundamentalmente porque sus dirigentes saben que es la última oportunidad de ellos para poder retornar.
Cierto, Morena puede perder en 2030 -casi seguro que así sea- pero Alejandro Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano ya no estarían en las dirigencias partidistas para entonces. Por ello, la necesidad de coptar posiciones políticas en el Congreso en esta ocasión.
SE DETESTAN -con mayúsculas-, pero detestan más a López Obrador y su grey política, no sólo por sus pésimos resultados e ineficacia sino porque su discurso de cero corrupción ha sido útil para tapar la corrupción actual… muy similar a la del pasado.
Parecía que los partidos -de la mano de Claudio X. González quien cree tener mucho poder pero en realidad solo es el mensajero de empresarios que tampoco quieren a López Obrador tanto por su ideología como por la corrupción y modos del movimiento que encabeza- tenían medido que una candidatura protocolaria les alcanzaría para que Morena no tuviera mayoría calificada y con eso se daban por bien servidos… además del pingüe presupuesto público a recibir.
Pero apareció Xóchitl, quien descompuso sus planes y los del presidente.
López Obrador, como capitán obvio, decía ayer en su conferencia que había ganado la apuesta. Mintió de nuevo: el aducía que era Creel, hasta que le dio aparador a Gálvez quien lo chamaqueó a él y la élite política opositora.
Seamos claros, el fenómeno Gálvez está muy por debajo de la expectativa de redes sociales. Aparece en todos los noticieros de una radio brutalmente disminuida, pero requiere de la televisión para ser masiva.
Además, le han armado un equipo de dudosa autoridad moral y pensado más en cuotas de poder y movilización territorial que en posibilidades de triunfo.
Beatriz Paredes se aventó como el borras, ciega en una ambición que solo ella y algunos cercanos creían que podía acceder. Conocida por todos, repudiada como parte de un pasado político nacional que no suma a ninguna carrera. No obstante, la falta de elegancia en la petición para que declinara fue inmensa. Cierto: la 4T haría todo por descarrilar la votación abortada del domingo, pero la desesperación del Frente terminó por ponerlo en peor nivel que la selección de la corcholata.
Sobre ello, faltan días -pocos- para que suceda lo conocido: Claudia será la ungida, junto con sus inseguridades, su talento, su mal carácter, su inteligencia, su sumisión al presidente, su equipo, el equipo de radicales de la 4T, su noviazgo, su dudosa honestidad sobre los recuerdos de campaña, su conocimiento del medio ambiente, su responsabilidad evadida en el accidente de la Línea 12, su preocupación por la guerra, sus granaderos que no son granaderos, sus amigos científicos, los amigos y familiares del presidente, su anhelo y su capitulación a lo que López Obrador piensa debe ser el futuro.
En último lugar, Movimiento Ciudadano. Alfaro declaró ayer que el desea dejar de ser el jefe de su grupo político en cuanto acabe la administración. No le creo nada: si su interés ya no fuera la política, no habría ningún caso en la confrontación con Dante Delgado que se traduce en una sola cosa: solo él -Alfaro- decidirá quién es el candidato a gobernador de Jalisco.
Delgado cobra de forma muy cara la renta de la franquicia naranja. Al parecer, el alfarismo no tiene intención alguna de pagarlo, al contrario: pareciera que embargarán hasta a Yuawi.