El fracaso del operativo en Culiacán para detener a uno de los hijos narcotraficantes de Joaquín Guzmán no tiene atenuantes.
Anteponer la seguridad de la población y de las familias de los militares en peligro a la conquista de un «trofeo» es plausible.
Sin embargo, el argumento, utilizado por el gobierno para evadir su responsabilidad y lavarse la cara, se derrumba cual castillo de naipes, pues exhibe grietas en un gabinete de seguridad pasmado y en una presidencia gelatinosa.
Pudo haberse protegido a los culichis sin quedar en ridículo.
Andrés Manuel López Obrador necesita dejar de hacer campaña y sentarse a gobernar.
El uso de la violencia, por parte del Estado, debe estar legitimado, y México cumple esa condición; por tanto, AMLO está obligado a aplicarlo. Es jefe de Estado, no predicador.
En los presidentes fuertes y sin contrapesos anida su propia némesis.
Nada ni nadie había puesto contra las cuerdas al líder de la 4T como el fiasco en la capital de un estado (no el único) donde los autoridades locales encumbraron al narcotráfico y dieron a los criminales categoría de héroes sin medir las consecuencias.
La federación debe asumir los costos de la ignominia, aprender del error y realizar los cambios que la emergencia amerita en vez de recurrir a la táctica de avestruz.
Una situación así de seria no puede afrontarse con sermones o como si lo de Culiacán hubieran sido fuegos fatuos y no una declaración de guerra.
Es la continuación de doce años de políticas fallidas y gobiernos cuya consigna era matar, nunca averiguar ni mucho menos castigar (Allende y Piedras Negras son ejemplo irrefutable). Del exterminio se pasó a la rendición.
La fórmula puso a Colombia de rodillas frente a Pablo Escobar, abatido después por el Bloque de Búsqueda (Policía Nacional, ejército y agencias de Estados Unidos).
El error de Escobar, cometido aquí por los juniors de Guzmán, consistió en asesinar a inocentes y sembrar terror entre la población.
Los críticos de AMLO están de fiesta. La derrota en Sinaloa lo ostentan como triunfo personal. Sacan el pecho, nutren sus fobias.
Todavía no le perdonan haber ganado con 30 millones de votos. Sin embargo, el caso de Culiacán sigue abierto, aún falta mucho por aclarar.
El presidente no ha jugado sus ases.