Aprobación y popularidad son dos cosas diferentes. La aprobación viene de los resultados, la popularidad del carisma. Los resultados son producto de la gestión, mientras el carisma es producto de la personalidad. Sus acciones son las de alguien que busca mantener su popularidad.
La comunicación del gobierno está centrada en él. Si alguien de su gabinete tiene una visión distinta, es corregido. El eje toral de su gobierno son los programas de bienestar y la imposición de tres proyectos: Santa Lucía, Tren Maya, Refinería de Dos Bocas. Los programas sociales son la plataforma de propaganda de este gobierno. El dinero que se está entregando a jóvenes, adultos mayores, estudiantes y madres, es dinero que da el presidente. No hay institución, la institución es él y él está haciendo justicia. Todos los beneficiarios se la deben al presidente. Él encarna el ejemplo y es la prueba viva de todas las bondades y todas las virtudes.
Al usarse como ejemplo personaliza todo. Las políticas públicas no son necesarias, basta que el presidente anuncie una acción para que ésta prescinda de diagnósticos, de contextos, de proyecciones y de metas, esas cosas que les encantan a los conservadores. El caso de la economía lo pinta de cuerpo completo. Todos los indicadores del primer trimestre muestran que las cosas van mal. La inflación sube por tercer mes consecutivo. El desempleo crece. La confianza del consumidor baja. Los pronósticos de crecimiento siguen ajustándose a la baja. El gasto público es el más bajo en muchos años y los ingresos del gobierno los más bajos. En el contexto internacional el país cae en la captación de inversiones. Cae lugares en la captación de turismo internacional.
Frente a los datos que lo reprueban, el presidente antepone el voluntarismo y el simplismo que lo caracterizan: vamos requetebién, dice. Los datos no importan, si el presidente tiene otros, la gente los va a creer. De esta forma hace de la popularidad y la fe una misma cosa. El presidente se está convirtiendo en el máximo y único indicador para evaluar su gobierno y el mecanismo para realizar dicha evaluación, es la fe, soportada por su enorme popularidad: 30 millones de creyentes lo avalan. Los que no lo aprueban, son unos resentidos que “ya no pueden robar”. Uno de los mayores errores de Amlo es que no está gobernando para todos. Gobernar para ser amado mantendrá su nivel de popularidad alto, pero lentamente irá resquebrajando al país. A cinco meses de iniciado su gobierno, Andrés Manuel López Obrador parece decantarse por lo segundo. Popularidad mata carita.
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