In memoriam Rosario Ibarra de Piedra
La OTAN, el brazo armado europeo de EU, ha agregado un sexto dominio bélico a los cinco habituales: aire, tierra, mar, espacio y cibernética, según informa Thierry Meyssan en su oxigenante Red Voltaire. Se trata de la guerra cognitiva, un escenario cuyo objetivo es “convertir a cada persona en un arma”. Las acciones desarrolladas en los dominios anteriores estaban destinadas a crear un efecto sobre el campo humano. La guerra cognitiva captura la emoción de la gente, la conmueve para distraerla de lo que no se quiere que vea y sepa. Es un acto de “ilusionismo” más que de falsificación. Las imágenes a mostrarse están seleccionadas para producir reacciones sentimentales antes que racionales. ¿Ejemplos? La machacona reiteración de tomas televisivas siempre iguales sobre la invasión rusa a Ucrania, la insistencia en un guion donde “genocidio” y “crímenes contra la humanidad” son dichos una y otra vez, la histeria guerrera del senil Biden o la puesta actoral de Zelensky en camiseta verde olivo, no en balde histrión de comedia antes de ser mediáticamente erigido como un héroe occidental. La guerra cognitiva no pretende lograr la paz.
Empleando simplificaciones pauperizadas que evitan la reflexión (literalmente: volver a ver, inclinarse ante el fenómeno) y exaltan el sentimentalismo (esa superestructura de la brutalidad), la guerra cognitiva es el escalón visual de aquel programa nazi de Joseph Goebbels: “No quiero que piensen como yo. Quiero empobrecer el lenguaje de tal manera que no puedan sino pensar como yo”.
El nuevo teatro de la guerra radica en las palabras, pues la imagen visual debe ser traducida lingüísticamente. En el principio estuvo el verbo, y en el final también estará. El contra-lenguaje degrada. El verdadero libera, hace saber. Pensar es nombrar correctamente.
Fernando Solana Olivares