Cultura

La inteligencia idiota

Creemos saber en nuestra profunda ignorancia. Suponemos ignorar en nuestro lastimoso saber. Vivimos lo que Edgar Morin llama la inteligencia ciega, pues mientras se adquieren conocimientos sin precedentes sobre el mundo físico, biológico o tecnológico, en todas partes progresan el error deshumanizante, la banalidad y la barbarie, la destrucción de la naturaleza, la maniquea reducción.

En el origen del racionalismo occidental surgió un “paradigma de la simplificación” que si bien permitió los enormes progresos del conocimiento científico, dio lugar a los demenciales fenómenos ecológicos, políticos, económicos y sociales de la modernidad. Esos errores fatales, que hoy ponen en duda la sobrevivencia de la civilización y la especie humana en el planeta, surgen de un pensamiento parcial y separativo “incapaz de concebir la conjunción entre lo uno y lo múltiple”. Una patología del pensamiento que destruye los conjuntos y las totalidades, separa a los objetos de sus ambientes, a las personas de sus circunstancias concretas y no puede concebir el lazo inseparable entre el observador y la cosa observada.

Las realidades esenciales son desintegradas y prescinden de la noción de lo humano. La economía y la política perpetran genocidios que ya no horrorizan al mundo “civilizado”. Tácita o manifiestamente se acepta la existencia de poblaciones prescindibles y sacrificables, que si antes habitaban el distante mundo de las periferias geopolíticas ahora son masacradas ante los ojos de todos en el corazón mismo de los centros planetarios del poder.

Mientras los medios de comunicación masiva producen la cretinización popular, los centros de pensamiento hegemónico producen la cretinización de alto nivel, aquello que Morin llama el oscurantismo científico de los “especialistas ignaros”: una visión mutilante y unidimensional que cancela las vidas y confisca los futuros de millones de seres humanos, multiplica el derramamiento de sangre a través de la violencia específica y simbólica, vuelve indiferente el sufrimiento de las mayorías.

Se nos ha dicho, escribe este autor francés —que muy joven se unió a la Resistencia ante la invasión nazi a su país, mostrando desde entonces una independencia intelectual y una fuerza moral con las cuales rechazará tanto los discursos totalizantes de cualquier signo como el reduccionismo conceptual—, “que la política debe ser simplificante y maniquea: lo es, ciertamente, en su versión manipulativa que utiliza a las pulsiones ciegas”.

Pero la verdadera política, la urgentemente necesaria para estos tiempos oscuros, requiere lo que Morin ha designado como el conocimiento (o pensamiento) “complejo”, un término vuelto peyorativo por la reducción idiota. Lo complejo es un tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto), representa una suma de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados entre sí que contienen la paradoja de lo uno y lo múltiple: “el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico”. Eliminar la complejidad es simplemente volvernos ciegos. Su contrario es la simplicidad, una intención desesperada para diseñar una realidad mecánica y controlable, propia de todo tipo de poder, desde el familiar hasta el religioso, desde el económico hasta el militar.

Esa es la patología moderna del pensamiento que deriva hacia las sociedades totalitarias: una hiper-simplificación donde se oculta y niega la complejidad de lo real. La transformación planetaria de la política como espectáculo, la destrucción de la sociedad civil, el simulacro de la cultura tardomoderna, la disolución de los valores éticos y filosóficos, la degradación de las estructuras del interés colectivo, el vaciamiento moral generalizado, la despersonalización y el empobrecimiento de la experiencia humana, la virtualidad electrónica existente, el tratamiento infantilizado de las audiencias, el travestismo del ciudadano vuelto consumidor, todo ello es parte de esta imparable marcha hacia la narcotización global.

Decían los situacionistas franceses, con los cuales Morin está intelectualmente vinculado, que la tarea contemporánea de la conciencia humana es “reconstruir la vida, rebatir el mundo”. Un empeño que llevará a conseguir lo que Walter Benjamin llamó iluminaciones profanas: “hacer estallar las fuerzas ocultas, contenidas o constreñidas en las cosas y los humanos, y poner en contacto el mundo de nuestros objetos y nuestros deseos con la transformación de nuestro entorno”.

Tal es la versión complejamente inteligente del Arca colectiva que sobrevivirá al desastre: una civilización donde el nihilismo inhumano depredador y homicida sea derrotado y la cultura produzca otra vez esperanzas legítimas, certezas tangibles, un sentido de la existencia que de nuevo pueda llamarse común, asumiendo la existencia de lo uno en lo múltiple, única realidad real.

Todo acto de magia comienza como un acto de profunda imaginación.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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