Cultura

‘Anicca’

En pali significa impermanencia y se refiere al carácter transitorio y perecedero de cualquier fenómeno compuesto: aquello nacido de causas y condiciones que está destinado a desaparecer. Anicca es la condición fatal de lo existente. Nada queda, todo se va. También estas líneas, ayer escritas por tantos y mañana por otros, lamentos del tiempo que se escurre entre los dedos, no dejarán rastro detrás de sí. Es triste la tristeza de lo efímero. Es consolante la certeza de que todo pasará.

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El instante es huidizo, evanescente, fugaz. Escribo “ahorita” y el piadoso diminutivo se evapora al ser enunciado. El tiempo es una convención. Aunque yo soy un ser en el tiempo y por ello un ser para la muerte. La muerte no es una convención. Jana, la potranca recién nacida hija de Guita (“bien preciosísima”, dicen de ella los lugareños), morirá algún día sin saberlo. Su inconsciencia habita la eternidad.

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Shakespeare siempre disfrutó del presente dramático. Tres de sus obras comienzan con el adverbio “Hoy”. El presente es su dominio y ello es propio de la época isabelina. Esa actualidad contiene una paradójica intemporalidad. Los clásicos escapan del tiempo y el canon, la memoria común, significa una organización de anacronías. Pero Shakespeare murió. Alguna vez lo harán sus obras inagotables.

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Lo perenne no es la acción sino el acto, lo duradero no es lo escrito sino la escritura, lo inextinguible no es lo vivido sino la vida. Cuando uno es joven cree que vive la vida. Cuando uno es viejo aprende que la vida lo ha vivido a uno. Que en ella están todos quienes antes han sido y todos quienes serán después. La vejez, un pacto con la soledad como la llama el fabulista, contiene una memoria que va disolviendo el yo.

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La clave está en sentir la muerte antes que en pensarla. La mente y el cuerpo tendrán miedo pero el alma sabia no. Tal es el camino de la espiritualidad. Morir un poco todos los días para así ya no temer morir. ¿Qué es la vejez entonces? Una mansa familiarización con las hipótesis acerca del final.

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O todo terminará en la nada pero la conciencia contemplará el espectáculo supremo de su propia disolución. O la divinidad recogerá a sus creyentes para premiarlos o castigarlos mediante un ayer que determinará esa decisión. O el ser reencarnará en uno distinto pero igual que llevará consigo su identidad transmigrante en la rueda del samsara. O el último pensamiento será el primero de un regreso donde el ser quedará karmáticamente determinado por aquello que fue porque lo pensó.

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En el encuentro con la muerte aguarda una revelación. La experiencia que dará sentido a la vida que concluye, la respuesta definitiva aun si no la hubiera, el tránsito que salda los afanes y los días de la existencia. Un despojarse de la persona episódica que se haya sido, un despertar a la otra realidad, esa que ahí se sabrá. La muerte es la gran unificadora y la vejez el anuncio de su aproximación. En la estación del acabamiento cantan los horizontes.

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Envejecer o luchar contra el horror al vacío, un énfasis semántico cuya sintaxis existe por sí. La vejez representa el trabajo en lo echado a perder. Su tiempo es veloz y condensado. Su sabiduría es básica, ya no hay adornos en ella ni dilataciones: saber ser solo (aunque en uno estén todos), saber ser pobre (porque aun teniendo cada vez se tiene menos), saber que cuando el lobo envejece se vuelve hazmerreír de los perros. Luego, concluir con dignidad.

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Apenas ayer murió un poeta. Miraba televisión con su esposa cuando se desvaneció. “Muerte de santo”, dijo un amigo común. ¿Quienes agonizan y sufren antes de irse no lo son? Amor fati, la divisa estoica, enseña a amar el destino (amar es encontrar un sentido): así como es, así ha tenido que ser. El héroe es el aceptante de sí mismo, ese punto gatillo.

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Envejecer mirando la vida vivida. Volver a contarla. Expiar lo indispensable para hacer de la biografía una metanoia, no un arrepentimiento sino una nueva comprensión. Mirar es rodear el objeto. La vejez permite multiplicar el punto de vista. Ser viejo es volver a ver.

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Pykros: agua amarga del auto reconocimiento. La vejez es la dulzura del terminar. La capacidad de reírse de uno mismo. Una levedad que abandona el lastre de las opiniones, esa lengua de madera. El corazón y la voluntad hacen las paces. Envejecer es la fiesta sin regreso. La promesa de que pronto se sabrá qué fue todo esto. Así pido valor en mis rezos ahora que soy viejo. Anicca: palabra como un cascabel.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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