En las últimas semanas se creó un fuerte debate en torno al nuevo padrón de telefonía celular, que exige ahora a todos los usuarios en México que den sus datos biométricos si quieren tener una línea móvil de prepago. El principal temor de los usuarios es que el gobierno tenga en su poder una colosal base de datos que permita tener el nombre, número de teléfono, dirección, huellas digitales, iris del ojo o rastros faciales de millones de personas, y que se pueda acceder a ella con fines de censura, persecución política o incluso objetivos comerciales.
Pero el meollo de todo este asunto es que esa base de datos sea vulnerada y expuesta en la deep web o cualquier servidor en la nube, por culpa de un mal resguardo de la información, un miedo nada infundado pues en 2010 que existió algo similar a este padrón, los datos de millones de mexicanos acabaron en foros de hackers y el supuesto objetivo de reducir los delitos de extorsión y secuestro, nunca se cumplió.
Y es que ese, que es el principal argumento de los legisladores que aprobaron dicho padrón, es tan endeble como que con una búsqueda en internet, en Google con los términos “llamadas gratuitas por internet” arroja decenas de sitios que permiten hacer llamadas telefónicas desde números aleatorios que el receptor de la llamada no puede rastrear pues o aparecen como desconocidos, o se puede elegir de qué país queremos que aparezca el origen de la misma.
Además, creer que con obligar a que los usuarios den todos estos datos, impedirá a los delincuentes encontrar formas de hacer llamadas de extorsión, es muy inocente.
El robo de teléfonos celulares podría aumentar para tener un teléfono un par de horas antes de ser reportado con el cual cometer este tipo de delitos, o peor aún, la creación de un mercado negro de tarjetas sims o “chips” como se le conoce comúnmente.
Ahora bien, el desgarrarse las vestiduras porque tengan estos datos también puede ser exagerado, pues hoy el precio que se paga porque tengamos muchos servicios digitales es ceder más que nuestros datos biométricos a decenas de compañías.
Por ejemplo tener al momento el tiempo de recorrido para llegar a algún lugar vía Waze, Google Maps o Apple Maps, es que estas empresas tengan nuestras ubicación en tiempo real en todo momento, o qué tal desbloquear nuestro teléfono sin tocarlo y solo con verlo, para eso se necesita que un algoritmo acceda a datos biométricos, y ni hablar de todo lo que siguen las empresas de publicidad cuando usamos una servicio o accedemos a una página y que son compartidos para tener publicidad personalizada.
Los datos que cedemos cada vez que usamos un app es mucho más que lo que pide este nuevo padrón, y aunque hay grandes y buenos esfuerzos como los de Apple que con actualización hace unos días del sistema operativo 14.5 en iPhones y iPads, obliga a las empresas a pedir permiso explícito a cada usuarios para que sus datos sean compartidos o al menos que esas apps sigan digitalmente la vida cibernética de las personas, no es garantía que nuestros datos un día puedan quedar expuestos en algún hackeo.
Lo que quiero decir es que si bien debemos tener una cierta preocupación y exigir que nuestros datos sean bien resguardados por el gobierno federal, es también inocente de nuestra parte creer que esos datos no están ya en el ciberespacio pululando por todos lados.
El derecho a la privacidad digital y el resguardo de datos es fundamental, pero también hay que entender que el precio que pagas por aquello que crees es gratuito en internet, es justamente tus datos, a menos que queramos regresar a ser analógicos y desconectarnos del mundo que hoy tenemos a un click de distancia siempre.