"Mayoritear" describe la acción en la que una mayoría invisibiliza y aplasta con su poder las ideas o visiones de una minoría. No es un fenómeno nuevo; lo hemos practicado desde la prehistoria. Los más mandan, y los menos, o incluso uno solo, reciben y resisten, si es que logran sobrevivir, ya sea en lo político o en lo vital.
Este concepto ha existido en las democracias desde su origen, enraizado en el mito fundacional del gobierno de las mayorías. Los griegos le dieron vida, y hoy el rito de depositar una boleta en la urna mantiene viva esa tradición occidental.
En la actualidad, "mayoritear" se asocia con tiranía, absolutismo y autoritarismo. No es una expresión positiva; socava el buen funcionamiento democrático. Aquellos que lo practican arriesgan ser señalados, perseguidos, y ven cómo sus carreras políticas se vuelven efímeras. Solo los políticos de carácter titánico, capaces de resistir los embates de la prensa, la academia y los expertos, pueden sobrevivir al mayoriteo. Con defensas sólidas y una gran habilidad para navegar entre las críticas,
En Jalisco, algunos han resistido. Enrique Alfaro, por ejemplo, ha utilizado el mayoriteo para generar acciones de gobierno a través del control del Congreso local. El aún gobernador es el máximo representante del mayoriteo en los tiempos modernos del estado, imponiendo reformas, aprobando nuevas deudas y evitando sanciones tanto para él como para sus aliados. Gracias al mayoriteo, ha logrado consolidar su poder.
Hace unos días, Juan José Frangie, presidente municipal de Zapopan, declaró públicamente que es un mayoriteador y que seguirá siéndolo por tres años más. Gobernar con un presupuesto de 12 mil millones de pesos tiene sus retos, y Frangie ha decidido hacerlo sin escuchar a la oposición, con una visión intolerante hacia quienes no comparten su forma de administrar.
Si fuésemos del tamaño de una hormiga habría mayoriteo, o del de elefantes africanos, el mayoriteo no es un problema en sí mismo, es un modo en el que decidimos organizarnos y tomar decisiones. El mayoriteo guarda su nobleza, porque se ven reflejados sistemas enteros de gobierno. El que votó por Alfaro y Frangie verá la utilidad de su voto, pero el mayoriteo tiene un filo terrible, que corta y arrasa no solo con el de enfrente, sino que también por los simpatizantes y seguidores.
El verdadero riesgo del mayoriteo no está en su retórica ni en el acto de imponer la voluntad de la mayoría, sino en su capacidad para encubrir decisiones que pueden poner en peligro las finanzas públicas, fomentar el nepotismo y, como hemos visto en repetidas ocasiones, violar derechos humanos fundamentales.
No es al mayoriteo al que debemos temer, sino a lo que se hace con él. Tal vez sea hora de buscar otro término que lleve consigo el peso de la responsabilidad electoral. De esa forma, quien practique un mayoriteo que traicione los intereses de la gente llevaría una marca imborrable en la frente, y jamás volvería a ser votado.