Cultura

Un viaje entre banderas rojas: Idaho

  • 30-30
  • Un viaje entre banderas rojas: Idaho
  • Fernando Fabio Sánchez

La semana pasada estábamos a punto de entrar en el estado de Idaho en ruta hacia Montana.

¿Qué encontraremos?, me pregunté con inquietud, tomando en cuenta los hechos más recientes en la esfera política: las redadas de la agencia de inmigración, las manifestaciones de protesta en las calles, la lucha en las cortes federales.

Entramos por la meseta sur, que antecede a las Montañas Rocosas y que baña el río Snake.

Divisé campos verdes, atravesados por sistemas de riego, y resguardados por una o dos casas en la cabecera, graneros con techos de dos aguas e iglesias con un pequeño campanario y torres puntiagudas.

No había duda de que avanzábamos por otra versión del mundo, más parecida a la Europa protestante y nórdica.

Los cultivos no eran pastura para ganado como creí al principio. ¿Qué eran, entonces? Era papa.

La papa es un tallo subterráneo de color marrón. El tallo principal crece hacia arriba y queda expuesto, con la apariencia de pasto.

Fueron inmigrantes mormones y evangélicos quienes, desde el siglo XIX, la cultivaron en estos terrenos ricos en sedimentos volcánicos y con muy buena filtración.

Sus descendientes continúan siendo los dueños de estos pequeños ranchos cuya producción venden a grandes corporaciones. Las papas llegan a las mesas en bolsas metálicas y como guarnición de hamburguesas.

Estos campos abarcaban toda la mirada, sin trabajadores bajo el sol, solamente el color verde y la geometría austera de los escasos edificios, en ese territorio de pioneros.

Ya que atardecía, bajé la ventana y respiramos aquel aire fresco con olor a tierra, mientras el sol se hundía a nuestras espaldas.

En Idaho Falls, casi al pie de las montañas, pernoctamos ya entrada la noche en un hotel de decoración vernácula pionera.

Por la mañana, nos despertó el movimiento de las trabajadoras de limpieza en los pasillos.

Al verlas frente a frente, comprobé que estábamos muy lejos del ambiente racialmente diverso de California y Nevada. Eran rubias, de ojos grandes y expresión amable.

Una de ellas se acercó a los canes.

—¿Puedo acariciarlos? —me preguntó.

—Claro que sí —respondí—. Son muy amigables.

Ella se acercó a Maestro, le hizo un cariño y luego se despidió.

Justo al salir —quizá como un recordatorio—, ondeaba una gran bandera nacional en blanco y negro con una línea azul a la mitad.

Esta bandera representa el apoyo a las fuerzas del orden. La delgada línea azul simboliza el límite entre el control y el caos.

Más adelante, en caminos más transitados, se elevaban anuncios panorámicos con mensajes como LA LUJURIA DESTRUYE, JESÚS SALVA.

En la radio, entre estaciones evangélicas, escuché un talkshow que ensalzaba la personalidad aguerrida del presidente cuando sufrió el atentado en Pensilvania, y vituperaba a un senador de la oposición que había sido maltratado por agentes federales.

Ahora había experimentado con los cinco sentidos el Estados Unidos profundo, y nos seguíamos adentrando como un viento invisible, esperando lo mejor.

Nunca me sentí amenazado. Las personas fueron siempre respetuosas. La intimidación potencial venía —más que nada— de los símbolos.

Y a medida que nos acercábamos a las montañas del norte, siguiendo el río Víbora hacia Yellowstone, decidí entregarme a la naturaleza otra vez.

¿Qué símbolos o escenas encontraríamos esa hermosa mañana de junio, rodeados de aquel poder natural ajeno al humano?

Continúa con nosotros en este viaje, querido lector, que estamos a punto de entrar en el templo de las Rocosas, llamado en español Roca Amarilla.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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