Cultura

Ixchel, la adoración lunar

  • 30-30
  • Ixchel, la adoración lunar
  • Fernando Fabio Sánchez

Continuemos con nuestro recorrido mitológico lunar maya. Embarquémonos en la costa de Cancún, en la península de Yucatán, hacia el noroeste —en dirección de Cuba—, y naveguemos hacia Isla Mujeres.

Cuenta Diego de Landa que la expedición de Francisco Hernández de Córdoba llegó a esta isla en 1517.

Al explorar el territorio, encontraron estatuillas de “las diosas de aquella tierra, como Aixchel, Ixchebeliax, Ixbunic, Ixbunieta”, todas advocaciones asociadas al culto lunar, al acto de tejer, al nacimiento y al agua.

Las figuras estaban vestidas de la cintura abajo y con los pechos cubiertos, tal como lo hacían las indígenas de la región.

Por eso, desde entonces se le llamó “Isla de Mujeres”.

La posición de la isla es significativa. Vista desde la costa, está ubicada justo en el punto donde emerge la luna llena más brillante del año, alrededor del solsticio de invierno.

La Luna aparecía en el firmamento y su resplandor se proyectaba sobre la superficie del agua, como una vereda hacia el mundo etéreo o espiritual.

Allí se encontraba un templo marino, e Ixchel, la diosa lunar, escuchaba a todos por igual.

Miles de peregrinos se congregaban desde Tabasco, Xicalango, Champotón, Campeche y otros pueblos lejanos.

Eran hombres, mujeres y familias enteras que avanzaban en grandes procesiones rituales, llevando ofrendas de sus cosechas y algunas preguntas para la diosa.

Seguían las antiguas calzadas del interior, que desembocaban precisamente en la costa frente a Isla Mujeres.

Cruzaban hacia la Isla en grandes canoas de ceiba, impulsadas por remos.

Cuando el viento lo permitía, usaban pequeñas velas de algodón.

Seguían rutas costeras conocidas como “derroteros”, avanzando siempre “a la vista de la tierra”, guiándose por la línea del horizonte y la posición de los astros, en especial la Luna y Venus.

Una lectura experta de las corrientes, así como el color del agua y el oleaje, también servía de orientación.

Navegaban al amanecer o al anochecer, cuando los astros se elevaban con mayor claridad y la superficie del mar reflejaba sus posiciones como un espejo.

Al acercarse a la isla, buscaban acantilados, rocas blancas, señales de humo o fogatas rituales, las cuales marcaban la entrada natural hacia el santuario.

Allí los recibía el ahk’in, el sacerdote que oficiaba en nombre de la diosa, el mediador entre ella y los peregrinos.

Unos buscaban salud; otros, orientación espiritual, y algunas mujeres, fertilidad.

Otro grupo simplemente deseaba cumplir una promesa, como lo siguen haciendo, en otros templos y lugares, los mexicanos modernos.

Explica Eric Thompson que el sacerdote se colocaba dentro del ídolo de Ixchel —hueco y empotrado en la pared— y daba respuesta a las preguntas de los peregrinos.

Así Ixchel era un oráculo que no solo hablaba desde el símbolo, sino desde la realidad.

Ahora solo podemos imaginar el poder de la diosa y la certeza que infundía en el corazón de los visitantes.

Es posible que eso provocara su devoción multitudinaria: Ixchel era una madre cuya luz y “voz” cobijaba pueblos, caminos y generaciones.

Pero esperen. ¿No estamos cerca de celebrar el 12 de diciembre de una forma similar?

¿No se eleva la Guadalupana sobre una luna creciente?

Parece que los tiempos nos sueñan, se repiten como los ciclos astrales.

Continuemos avanzando en el mar, el cielo y los libros, en la entrega de la próxima semana.


fernandofsanchez@gmail.com

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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