Las amenazas conviene tomarlas en serio, porque con frecuencia van en serio, sobre todo las de quienes tienen poder para ejecutarlas. Pienso ahora en el proyecto de los nuevos libros de texto. Se ha criticado con alguna ligereza porque hay la idea de que la intención es hacer unos libros como los de antes, pero que resulten mucho más baratos. Y no es eso. Precisamente no se quiere ese trabajo de diez meses, un año, no se quiere a especialistas que escriban libros “monológicos”, y desde luego no se quiere pagar derechos de autor, porque se busca la frescura de la improvisación, en unas semanas, de quienes nunca han escrito un libro de texto.
El proyecto se ha anunciado públicamente, y la idea no es tampoco tan extraña. En muchas preparatorias, seguramente también en la Universidad de Ciudad Juárez, hay revistas estudiantiles en las que los muchachos publican sólo por la vanidad de ver su nombre en letras de imprenta. Y a ese público es al que se dirige la convocatoria: “¿Quieres mostrar tus talentos artísticos?”, “¿Imaginas que uno de tus dibujos… se difunda en todo el país?”, “No sería hermoso… que se señale ‘diseñado por’…?” Literalmente, se llama a “las voces oprimidas”, porque se trata de “apoderarse de esos espacios”.
El problema es que la secretaría dio una explicación extraña para ahorrarse el pago. No se dijo que no hay dinero, sino que estamos en “periodo electoral, el cual impide llevar a cabo un proceso que implique un pago en efectivo sin que esto se prestase a malos entendidos”. La frase misma es un malentendido, pero eso es culpa de la gramática. Inmediatamente vienen las dudas. La secretaría sabe que el pago despertaría suspicacias, pero no está claro por qué motivo. Desde luego, si los autores fuesen notoriamente ineptos y se les encargasen los libros por motivos ideológicos, partidistas, de parentesco, habría esos “malentendidos”. Visto así, parece razonable preguntar por la lista de los futuros autores de los libros y los criterios bajo los cuales se les ha seleccionado —y aquí se pasa de la penumbra a la oscuridad más absoluta.
La convocatoria se cerró el 14 de marzo, los resultados se dieron a conocer cuatro días después; los seleccionados (se evaluó “su pertinencia”) tomaron un curso en línea el 23 de marzo, entregaron sus propuestas el 4 de abril, y los libros tienen que estar terminados (escritos, evaluados, aprobados) en mayo. Según parece, hay 200 posibles autores y unos 2,500 evaluadores, y todos tienen que firmar un “acuerdo de confidencialidad” bajo amenazas bíblicas. Ahora bien, si los libros se van a publicar, y los nombres de los autores también, ¿qué es lo que tiene que mantenerse en secreto?
Las instrucciones son bastante claras: no se puede generar el nuevo libro de texto “con las armas melladas que nos hereda el sistema capitalista”, porque los libros de texto “tienen una función política”: “Necesitamos una postura carnavalesca que someta los discursos autoritarios y equilibre a los participantes”. Ya hemos tenido estos años clases sin maestros, ahora toca ahorrarse los libros de texto —a estas alturas, seguramente ya da igual.
Fernando Escalante Gonzalbo