En democracia no hay coartadas para la ejecución de un proyecto político votado. Este sistema es de reglas, pesos, contrapesos y de instituciones. Lo que estamos viviendo en México es el gobierno a partir de coartadas, de medidas ejecutivas de significado sentido personal que se desentienden de normas, instituciones, acuerdos, en fin, de los espacios vedados a la discrecionalidad gubernamental.
El estilo personal de gobernar de López Obrador tiene un sentido del poder autocrático. La concepción no es el de la coexistencia de la diversidad y una presidencia acotada por la ley, el tiempo y otros órganos del Estado. Su idea es la del asalto al poder, nada debe ni puede oponerse, no existe otro proyecto válido que el propio. Se gobierna como si se hubiera llegado para quedarse sin asumir la observancia de reglas, límites y valores democráticos.
No es exacto que haya una centralización del poder político. Lo que se vive es el ejercicio personalísimo del poder. Se pretende que no haya contrapesos ni órganos autónomos, que no haya transparencia; en donde manda el Presidente no hay gabinete, no hay distribución funcional del gobierno ni siquiera existe la oficina de la presidencia. El gobierno es él, el Estado es él. La realidad es él. Nadie más, nada menos. Exegeta único de lo que el pueblo quiere y piensa.
López Obrador ha tenido éxito en imponer su forma de ser y visión del país. Así ha ocurrido porque las élites han operado de manera acomodaticia y se han desentendido de lo que les es común. Por salvar o cuidar lo propio, comprometen lo que sustenta a todos. La oposición formal también tiene buena parte de responsabilidad. Así ha ocurrido porque la corrupción del pasado llegó a muchos, casi a todos y eso los ha anulado. El sometimiento resulta no de los cañonazos de dinero, sino del temor de que el pasado trascienda o tenga consecuencias en tribunales, en el SAT o en alguna filtración de la UIF. Parte importante de la sociedad participa en el estado de cosas, mejor la fantasía de un presidente que prometa a uno que cumpla.
El futuro inmediato no invita al arreglo de lo descompuesto, aún con mayoría opositora en el Congreso, sino a que la situación se agrave. Hay un sensible y generalizado deterioro de la vida pública. Se miente con descaro y cinismo. La polarización es recurso de uno y otros. El oportunismo por el voto es común. Hay luces que alientan como es la crítica en medios o decisiones valientes de la Corte. Sin embargo, no hay debate de los temas fundamentales. Lo más dramático como son las mujeres asesinadas o los cientos de miles fallecidos directa o indirectamente por el covid, se vuelven parte del paisaje y un acumulado más al fatalismo de siempre. La sociedad, su mayoría, avala y se acomoda con el gobierno de coartadas y arrebatos, mientras la inseguridad, la pobreza, la incertidumbre y hasta la muerte ganan terreno. Lo menos que se puede desear es que pronto, muy pronto, la tragedia nacional haga que se toque piso.
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