Luis M. Morales
Desde el Renacimiento hasta nuestros días, la erosión de los monumentos, el desgaste de la belleza y la trágica fugacidad de la plenitud amorosa obsesionan a los pintores que perciben por doquier la presencia de la muerte, quizá con la secreta intención de exorcizarla. Fascinado desde la niñez por los clásicos de la pintura italiana, Rafael Cauduro es un renacentista contemporáneo, pues en toda su obra predomina el tópico del carpe diem (goza el día), junto con una visión alucinada de los estragos del tiempo. Sin embargo, dista mucho de ser un pintor chapado a la antigua, pues conjuga la tradición con la innovación, el hiperrealismo con la fantasía delirante, la perfección del trazo con la libertad imaginativa, la pintura bidimensional con el empleo de texturas insólitas que engañan al ojo y proyectan las figuras hacia el espectador. Pocos pintores han mostrado tal apego a la época que les tocó vivir, a una modernidad sin ataduras académicas de ninguna especie. Haber creado una obra con varios niveles de significación, aboliendo las fronteras artificiales entre cultura popular y alta cultura, es quizá el mayor mérito de un artista que nunca se plegó a los dictados de la moda en su búsqueda personal.
Gracias a la exposición retrospectiva Un Cauduro es un Cauduro, montada en el Colegio de San Ildefonso, quienes teníamos una visión incompleta y parcial de su obra podemos apreciar al fin cómo ha evolucionado durante medio siglo, desde que dibujaba caricaturas para la revista Caballero en los años 70, hasta la realización del maravilloso y espeluznante mural Siete crímenes capitales en la Suprema Corte, al que los curadores dedicaron una sala completa, donde se muestra la planeación, los primeros bocetos y la compleja experimentación con la perspectiva que utilizó para aprovechar el cubo de la escalera de ministros. Reviste particular interés la primera sala de la exposición, dedicada a la etapa juvenil de Cauduro, cuando tanteaba el terreno para desarrollar un estilo propio. Aunque él mismo ha denominado “balbuceos geométricos” a esas primicias, en ellas no renunciaba del todo a la figuración. Tuvo luego un breve periodo surrealista, pero en cuadros como El gobernador (una obra maestra de lo grotesco), La descarada y La escalera como intermediaria entre el piso y el techo mostraba ya un talento inclasificable.
A principios de los 80, Cauduro comienza a mostrar su peculiar fascinación por la herrumbre de los metales, el deterioro de las fachadas, los cementerios de trenes, las carrocerías abandonadas, y en general, por todas las huellas del tiempo y la incuria en el paisaje urbano. Los opulentos desnudos femeninos entremezclados en esas atmósferas decadentes, casi a punto del derrumbe, y la fusión de la piel humana con la superficie de los muros tienden a subrayar con una sonrisa irónica el carácter perecedero de las construcciones y de las vidas que nadie podrá remozar. Somos las ruinas del futuro, nos advierten las pinturas de Cauduro, pero en sus muecas burlonas al padre Cronos, la confluencia del presente con el pasado detiene por arte de magia las manecillas de los relojes.
En obras como Pareja oxidada, Trascabo con dos mujeres, La tapiada, y en toda la serie titulada Nacionales de México, donde los vagones de ferrocarril corroídos por el salitre irradian una rara sensualidad, Cauduro se valió de las metáforas visuales para retar a la muerte en su propio terreno, contraponiéndole un erotismo trasgresor. Me sorprendió la sección de dibujos titulada Insomnios, engendros de una imaginación atormentada por la neurosis creativa. Ante la espectacularidad de sus obras en gran formato quizá pasen un poco inadvertidos, pero en esos dibujos Cauduro explora las torturas de la lucidez con una capacidad transfiguradora que sólo poseen quienes han coqueteado con la locura.
La gran afluencia de público a esta retrospectiva confirma la enorme popularidad de Cauduro, quizá el más célebre de nuestros pintores vivos. Sus murales del Metro Insurgentes y del edificio ubicado en avenida Veracruz han contribuido a granjearle fama, pero también la profusa divulgación de sus obras en reproducciones y portadas de libros. Por la cercanía de San Ildefonso con la Suprema Corte, sería deseable que los asistentes a la exposición pudieran ver a la salida el gran mural de Cauduro, una de las maravillas mejor escondidas del arte mexicano contemporáneo. Yo intenté llevar a un amigo a verlo, pero los policías de la entrada nos dijeron que está prohibido el acceso a los visitantes por la pandemia. Como el Covid ya va de salida, el presidente de la Suprema Corte le haría un señalado favor al público si levantara esa prohibición, para que la gente pueda ver en un solo viaje la retrospectiva de Cauduro y su gran obra monumental.
Enrique Serna