Sociedad

Una monedita

En camino con rumbo al mercado Celestino los mira llegar hasta las bancas ubicadas frente al portón de la iglesia: de uno en uno, de a poquito, sin prisa, con las manos en los bolsillos para que algo de calor agarren. El sol apenas asoma tras los cerros, entumido.

–Aquí vienen los mugrositos, má…

–Aquí vienen, m’hijo, hágase p’acá.

Es pequeño el local de la panadería; las clientas entran y salen para no atestarlo. A la entrada se apostó el Mugres, inhalando los vapores que despide la estopa mojada en thinner.

–Una monedita, jefita: una monedita…

–Qué monedita ni quélachin… Ten un bolillo y agradece que no te de unos moquetes, vicioso atrabancado… Acaba de amanecer y ya estás con tu porquería esa.

–Una monedita, jefita –repite el Mugres, ido ya de la mente.

–Nada. Llévate un bolillo y di que te fue bien. Pero ni un centavo p’al vicio, ya dije.

Mugres toma el pan y se retira. Lo ofrece al Satanás, miembro del Escuadrón de la Muerte, que responde con un gesto de enfado y cubriendo la nariz.

–Una monedita –insiste.

Se impone el altavoz del comprador de colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan…

Mugres fue albañil reconocido en el barrio. Le agarró gusto al solvente porque lo hacía sentir ligero, ajeno al cansancio y en ocasiones hasta jubiloso. Pero a los ojos ajenos aparecía lelo, baboso, enviciado.

Pese a todo, las hiladas de tabique que colocaba se mantenían alineadas y verticales. Hasta que ya no. Y la dejadez se adueñó de su voluntad. 

Se arrimó al Escuadrón de la Muerte nomás porque sí, porque alcohol no ingería. Pero fue rechazado.

–Sáquese con sus pulgas a otro lado, perro.

Cúchila-cúchila…

Un tiempo se refugió en la iglesia, no para rezar sino para dormir. Hasta que el sacerdote comboniano optó por abrir el templo sólo durante los horarios de culto.

–Es que ya el muchacho no controla sus esfínteres y huele molto muy feo –justificaba su proceder–. ¿Acaso ese hombre no tiene quien vea por él?

–Ya está perdido ese man, padre – respondían desde el Escuadrón–. ¡Ya ni usted lo ve como hijo del Señor!

–Claro que sí, pero acomídanse para quitarle esa pestilencia de encima. Hasta los perros le sacan la vuelta. Prefiere uno el aroma de la panadería, pero ese man lo corrompe, por dios que sí.

Cerveza, mezcal, brandy, ron… A todo le entraba el Mugres, y en cuanta fiesta de puertas abiertas hallaba, ahí se le veía. Pero fue perdiendo la voluntad. Ya ni comía. Y peleaba contra las sombras, desconoció a todo mundo. Y la estopa con thinner fue su razón de ser.

–Ya no entra en razón, perdió la voluntad –arguyó el cura–. Hagan una obra de caridad y llévenlo a Doble A: hoy por mi, mañana por ti…

–Tiene una hermana, pero quién quiere hacerse cargo de un caso perdido, padre. Ni usted, que es pastor del rebaño.

–Espanta a los demás fieles con su jedor, me consta. No hay quién lo soporte.

–Hay que darlo al municipio, que lo internen hasta que se aliviane, aunque ya está difícil.

Mugres desapareció de los alrededores. Hay quién dice que la hermana por fin lo llevó a la granja de rehabilitación. Otros alegan que rindió ya cuenta al Creador. Uno que otro celebra:

–Entre menos burros más elotes –dice el Celestino.

Emiliano Pérez Cruz*
* Escritor. Cronista de Neza


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Emiliano Pérez Cruz
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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