“Érase una vez” es una frase común con la que suelen empezar los cuentos y narraciones cortas. Así es con las bellas y tradicionales historias cortas dedicadas a la infancia. Pequeñas narraciones que parten de la fábula para educar y formar a generaciones de niños y jóvenes, inspiradas en las vivencias y la imaginación de escritores que han pasado a la posteridad. Caperucita Roja, Pinocho, Los tres cochinitos, Bambi, La liebre y la tortuga, etc. han pasado a la memoria colectiva.
Y esa es, precisamente, la frase con la que empiezo esta narración breve para publicarse en este diario. Pero es una historia que empieza con inocencia y termina con abusos de terror como el Halloween (inspirado en las costumbres estadounidenses) o el Día de muertos -menos terrorífico, e inspirado en ancestrales costumbres mexicanas-, que definen estas fechas del año.
Según el diccionario de la Academia Española, bolardo significa “obstáculo de hierro, piedra u otra materia colocado en el suelo de una vía pública y destinado principalmente a impedir el paso o aparcamiento de vehículos”. Tiene como sinónimo la palabra “poste”. Aunque hablamos de un poste de tamaño pequeño que también puede usarse “como guía visual para el tráfico o para amarrar embarcaciones en puertos”. Y aquí empezamos el cuento:
“Érase una vez una ciudad bonita, hermosa, llamada Guadalajara, y sus municipios aledaños, donde sus habitantes vivían y trabajaban con tranquilidad y paz. Pero se llenó de habitantes, unos nativos, otros migrantes, que disfrutaban de esa paz y tranquilidad. E hicieron uso de carros y demás máquinas de transporte de personas y carga. Las autoridades municipales y estatales de algunos sexenios para acá, vieron en la instalación de bolardos una opción para proteger a los peatones y las banquetas del ataque despiadado de los choferes de vehículos motorizados que no dejaban en paz al ciudadano de a pie. Pero también vieron algo más: un excelente negocio en la adaptación de puntos urbanos con bolardos. A veces licitando su instalación, pero otras sin que eso fuera así. Era más fácil que el dedo oficial designara contratistas y concediera ganancias.
“Movimiento Ciudadano y sus gobernantes (que los ciudadanos alguna vez eligieron mediante el voto popular) se convirtieron en la monarquía absoluta del bolardo. Y hubo reyes y príncipes que, mediante gestos de cara y manos, firmas en escritos oficiales, licitaciones, invitaciones, asignaciones, resoluciones y decretos, dieron vida al monstruo del bolardo.
“Y la ciudad empezó a llenarse de ellos. Se multiplicaban ‘milagrosamente’ como los panes. Como las bacterias y los hongos en sustancia fértil para ello. No hubo medida ni contención. Estas obras eran (y son) fáciles de hacer, con grandes beneficios para contratistas y demás involucrados ($). El monstruo del bolardo adquirió vida propia y en aras de defender al peatón, la ambición y la codicia se desataron. El partido Movimiento Ciudadano en Jalisco había desarrollado una de las mejores estrategias para que la ciudad se viera ‘adornada’ con estas espeluznantes figuras de terror… Y el sufrido ciudadano… ni pío dijo”
Y ahora pasemos a la realidad: Enrique Alfaro, Pablo Lemus, Juan José Frangie, Verónica Delgadillo, y demás personajes (a lo mejor no recuerdo ya nombres de los que se fueron) alcaldes y funcionarios de MC en distintos puntos de la geografía jalisciense, se convirtieron en “los reyes del bolardo”. Ciudades y pueblos cada vez están más feos con estos adefesios, pero no hay nada que los detenga. Siguen instalándose por todos lados. Lemus llenó el centro de Zapopan de tal manera que la convirtió en una ciudad “cuasimedieval”: un fuerte contra las invasiones de los “temidos” choferes conduciendo sus máquinas.
Lo más triste de todo es que “la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial aprobada por el Congreso de la Unión (en 2022) establece la obligación de regular la colocación de bolardos, considerados como dispositivos de seguridad vial y control del tránsito. En la Zona Metropolitana de Guadalajara este tipo de equipamiento urbano proliferó sin criterio unificado de instalación, formas, tamaños o materiales de los que están hechos.” [El Informador, 21 de abril de 2022].
Y sigue la nota: el funcionario emecista “Mario Silva (reconocido como técnico en la materia) director en aquel tiempo del Instituto de Planeación y Gestión del Desarrollo del Área Metropolitana de Guadalajara (Imeplan), señaló que la legislación da sustento a la regulación de estos equipamientos. Todos los elementos van a tener que entrar a un proceso de estandarización con lineamientos técnicos para bolardos, señalética e infraestructura de seguridad vial. Se abre la puerta para que se regule y tenga un sustento legal con una lógica de seguridad vial”.
Hasta el momento esto no ha ocurrido. El fracaso y la fealdad de dichos adefesios son un distintivo que quedará grabado también en la memoria colectiva, como parte de las grandes fallas en la gestión de estos gobiernos; junto con la destrucción de la ciudad para construir edificios de departamentos por todos lados y en donde menos se espera. Desafiando cualquier planeación urbana racional. Así fue. Así es hoy “Al estilo Jalisco” slogan publicitario del gobierno estatal.