Afuera proliferan los puestos de flores: crisantemos, cempasúchil, nube, claveles, gladiolas, rosas, nomeolvides… Al interior, el panteón es un hormiguero cuyos visitantes remueven tierra, asean recipientes, lavan lápidas, procuran que las tumbas rechinen de limpias aunque sea una vez al año.
Duetos, tríos, un mariachi entero ofrecen sus servicios a quienes hoy visitan la tumba de su difunto; con cubetas van y vienen de la fuente instalada al centro del camposanto, retiran la hierba que amenaza cubrir las tumbas y platican con su difunto:
–Aquí yaces y haces bien: tú descansas y yo también…
Los chamacos fisgonean las tumbas, deletrean nombres, fechas, se asombran al descubrir que tras el enrejado de un mausoleo hay una cripta subterránea donde una enorme culebra custodia un altar:
–Vengan a verla, deveras: está viva, acabo de verla, se movió. Neta.
–¡Presta ese churro para alucinar iguales, valedor!
–Neta que ahí está, está detrasito del altar, me cae que sí hay una víbora ahí adentro…
–Tus pecados te alucinan, carnal: ven y échate un taco, el hambre te hace ver visiones…
Los mariachis encontraron cliente y lo acompañan para que se desahogue frente a la tumba que rebosa flores:
–La barca en que me iré/ lleva una cruz de olvido/ y en esa cruz sin ti/ me moriré de hastío…
Muy discretamente circula entre las visitas del difunto un pomo de ron; predios adelante, la jefa de familia extiende un mantel y distribuye encima varios tupperware con guisos:
–Ándele, comadrita: hágale taco a sus chamacos, que ya hace hambre. También dele al compadrito: ya se pusieron a beber sus cochinadas y con la panza vacía verá que en dos por tres se embriagan. Convídele también a sus chiquillos, sirve que se aplacan tantito…
–Ay, sí, comadre, muchas gracias. Yo nomás les traje unas tortas de jamón, en lo que se llega la hora de la comida. Dele a sus chamacos, con confianza, coma también usted: alcanza para todos. Éntrele, antes que se venga el aironazo. En esa cubeta traje agua de limón, convídeles.
Al mediodía, en un claro, se apersonan el sacerdote y su par de monaguillos. Sobre una mesa plegadiza extienden un mantel y distribuyen lo necesario para que el cura oficie la misa dedicada a los difuntos:
–Orad, hermanos…
Conjuntos de música norteña ofrecen sus servicios a quienes ignoraron a los mariachis: “Tenemos la canción que prefería su difunto. Dedíquele una a su recuerdo, aunque sea una vez al año”.
Nomás por si acaso, los polis municipales rondan entre la multitud y se hacen de la vista gorda cuando ven que alguien empina el codo.
Aburridos, los chamacos se suman a quienes en un claro patean el balón. “Nomás no busquen problemas o ya verán cuando estemos en la casa, ya les alvertí: que conste”, indica la jefa de familia a sus mostros…
Conforme el día avanza al panteón arriba más y más gente. Los puestos de flores son fuente inagotable, aunque no pocos visitantes llevan sus propios manojos:
–Fui al mercado de Jamaica y con lo que aquí me cuesta un bultito, de allá me traje una gruesa de flores.
Las canciones de rompe y rasga se entremezclan. Y de vez en cuando un grito enchina la piel: “Ayyy, por qué te fuiste y me dejaste con este pesar, ingratooo”