De entre las palabras de uso frecuente en la actualidad, quizá ninguna me irrita tanto como el cada vez más omnipresente uso del término “problemático”. Para empezar, es una categoría que quizá inadvertidamente ha adquirido un sentido sumamente específico, pues jamás la he visto aplicada a un asesinato, violación, desaparición forzada o cualquiera de los actos en los que la mayoría de la gente convendría en que es más adecuado utilizar “horroroso”, “espeluznante” o términos afines. Lo problemático suele en cambio situarse en una franja de (híper) sensibilidad cultural, que al menos yo asocio con la galopante colonización del pensamiento emanada de la academia estadunidense, cuya fijación con la multiculturalidad y la corrección política se ha asentado probablemente ya sin remedio en los círculos progresistas/biempensantes de casi la totalidad del mundo occidental, incluidos los países tercermundistas cuyas realidades cotidianas distan mucho de aquellas de los oasis socioculturales que son las universidades de élite estadunidenses.
Así, la continua invocación de lo problemático funge en la práctica como una especie de credencial política para denotar una honda conciencia social, que al mismo tiempo resulta muy efectiva para acallar todo tipo de culpa de clase derivada de lo que Benjamin llamó la posición particular en el sistema productivo, y permite vivir con toda comodidad, sobre todo de manera relativa, y confinar las amistades a una minúscula élite creativa que igualmente expresa en público a la menor provocación su ofensa ante cualquier transgresión de lo que parecería ser un cada vez más estrecho lugar de enunciación. Si uno no es una anciana siendo asaltada en la calle, hay que callarse ante el testimonio de dicho acto, so pena de incurrir en una expresión problemática a la que no se tiene ningún derecho ni ético ni moral.
Pero además de lo anterior, me parece que el término “problemático” ha devenido en un eufemismo cargado de superioridad moral que da por zanjada cualquier discusión sobre temas que a menudo no parecerían de entrada tan evidentes, o al menos admitirían ciertos matices o sutilezas que valdría la pena discutir. En los hechos, lo problemático se ha convertido en un ariete del totalitarismo moral que es sin duda uno de los emblemas de la actual época, donde la nueva radicalidad consiste en presumir lo más posible (pues el asunto ni siquiera se limita a vivir de tal o cual manera, sino a comunicarlo públicamente sin cesar) la propia pureza moral, para desde ahí poder mejor juzgar las transgresiones ajenas, y así proceder de preferencia al linchamiento sociovirtual. Creo que, en resumen, encuentro un tanto problemática la palabra “problemático”.