En un cautivador ensayo titulado “The One and Only”, la escritora estadunidense Anne Boyer escribe sobre cómo las idealizaciones anulan al objeto real del deseo, convirtiéndose en un fin en sí mismo al que incluso equipara con una ciudad: “En esta ciudad, cada amante duerme solo en su cuarto para poder fantasear que duerme acompañado en el de alguien más. Todos votan por votar más adelante, pues de ese modo se perpetúa la intención sin que jamás devenga ley. Los botes de basura están plenos de sonetos desechados, y todas las nubes están hechas de lágrimas condensadas”.
Si bien el texto de Boyer se refiere principalmente a la infatuación amorosa, creo que el mecanismo puede extenderse al modo principal de relación con la realidad actual (en otra parte dice: “Tener ojos solo para implica necesariamente no ver nada, o al menos solo poder ver el propio interior”), irremediablemente mediada por el yo virtual y sus avatares, y quizá esto sea aún más cierto en la nueva realidad del confinamiento. Solo que el lugar del amante elusivo lo vendría a ocupar la antigua normalidad como objeto de nuestros deseos, pues en general el hastío y miedo causado por la situación presente y lo incierto del futuro se proyectan como añoranza de ese mundo que hace pocos meses atrás nos parecía tan repudiable.
Y es que quizá a la manera en que los alienígenas de la ficción por lo general son representados como humanoides deformes, nos resulta imposible lidiar con lo incierto actual y futuro más que a partir de los patrones ya conocidos, incluso si –irónicamente– la irrupción de lo inesperado se produjo en un momento en el que existía un rechazo casi unánime a la realidad, con sus múltiples expresiones de violencia física, verbal, racial, de género, virtual y demás. Esa misma realidad se atisba actualmente como una tenue luz al final del túnel, y en parte al menos con algo de razón, pues incluso dejando de lado cuestiones más abstractas, por donde quiera que se mire la nueva cotidianeidad arroja más desventuras sanitarias, económicas, laborales, que el punto de partida que, insisto, en sí ya nos parecía terrorífico.
Por eso, aunque en los hechos seguramente resultará muy complicado, valdría la pena incluso a nivel individual, stirneriano, aprovechar el cataclismo para replantear los principios medulares que estructuran la existencia colectiva en distintos niveles (no todo pasa por la gran política) pues, como advirtió hace ya más de un siglo Carlo Michelstaedter en su genial La persuasión y la retórica, la vida plegada a lo dictado por sistemas poco tiene de animada: “Su conciencia ya no es un organismo vivo, una presencia de las cosas en la actualidad de su propia persona, sino una memoria: un conjunto inorgánico de nombres ligado al organismo ficticio del sistema. Así el hombre, por su retórica, no solo no avanza, sino que desciende en la escala de los organismos y reduce su persona a lo inorgánico. Está menos vivo que cualquier animal”.