De la palabra ruido, dice el Diccionario de la Real Academia: “sonido inarticulado, por lo general desagradable.” Otra acepción de la misma palabra es “apariencia grande en las cosas que no tienen gran importancia.” El mismo diccionario señala que, en semiología, la palabra ruido es la “interferencia que afecta un proceso de comunicación.”
La multiplicación de canales de comunicación paradójicamente la vuelve cada vez más difícil. El neón de los anuncios luminosos que antaño peleaban la mirada del peatón en las calles comerciales cede su lugar al hashtag (etiqueta) que hace del trending topic (tendencia) lo luminoso que atrae al peatón.
Por cierto, hoy la tendencia no dura más de veinticuatro horas y, cuando se excede, se enfilan hacia ella fuerzas de origen difuso para volver tendencia otra efímera situación, al menos en su condición virtual.
La facilidad con la que hoy se sube al ágora virtualizada cualquier tópico, hace que los miles de videos que por minuto saturan a You Tube, sean imposible de ser vistos porque solo de unos cuantos de esos se genera ruido. Lo mismo ocurre en otras redes sociales como Facebook y Twitter.
Las redes sociales han instalado un nuevo criterio de verdad práctica: el clic, la vista, la visita, la líquida sensación de haber atrapado la mirada del navegante de la red. El ruido virtual se propaga como humedad. Anula en buena medida la comunicación y la desplaza de su noble tarea poniendo por delante de ella a la difusión. Gana quien es capaz de difundir, no de comunicarse. Gana el más hábil para hacer ruido.
Este nuevo criterio de verdad práctica ha permeado incluso a los medios tradicionales, en cuyas versiones web y de redes sociales, publican de tal modo las noticias que se redactan en función de cuántos clics y visitas merecerán.
El ruido es antípoda de comunicación.
El ruido es, como cantó Sabina: “envenenado, demasiado, mentiroso, escandaloso…y tanto… que al final llegó el final.”
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