Un saludo, un abrazo a medias o un firme apretón de manos queda registrado para la posteridad. Con conocimiento o ignorancia de quién es la persona que se abre paso entre la multitud para conseguir la foto, al político le gana el ego y asciende al estatus de celebridad cuando le piden la selfie en un encuentro público, sin pensar que quizá esa pose regrese después como una estocada.
A nadie le extraña la presencia de líderes o representantes de sindicatos en eventos políticos. Sentados en las primeras filas, esperan el paso del protagonista del día para alcanzar su mano y detenerla lo suficiente para la fotografía. Una más en la galería que le da el estatus que necesita ante sus agremiados, una palmada en la espalda que lo valida y fortalece en la organización. Un pequeño gesto que puede ser una ganancia o una pérdida.
Y es precisamente un líder sindical el que aparece en las fotografías con funcionarios estatales y municipales, diputados locales y hasta jefes policiacos, pero también con los ojos cubiertos por la clásica franja negra en un boletín de la Fiscalía General de la República, identificado como operador de extorsiones y venta de droga en Jalisco y Puebla, ligado a una organización delincuencial.
Las imágenes por sí solas no son prueba suficiente de la relación de Nazario “N” con los políticos, pero sí evidencian la facilidad con la que este personaje navegaba entre el poder y el crimen. No andaba en la penumbra como un delincuente cualquiera. Él se movía bajo los reflectores, con el logotipo de la confederación bien bordado en la camisa, cerca del escenario. No se escondía, andaba libre. Circulando y posando para las cámaras con la seguridad de quien se siente intocable. Ahora, con esposas, nadie lo reconoce.
El hecho exhibe la presencia del crimen en las esferas de poder, que se pasea entre los pasillos sin temor y se codea con políticos de todos los colores, entre la complicidad, la ignorancia y la impunidad.