Policía

Rafah

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Cuenta la leyenda que en la esquina de la Franja de Gaza había una ciudad de 200 mil habitantes, hasta que un lento invierno recibió de golpe más de un millón de personas que huían del ataque indiscriminado del ejército fundamentalista que aterrorizaba aquella región a la orilla del mar Mediterráneo.

El mundo, que apenas años antes había ignorado olímpicamente los abusos e invasiones recurrentes cometidos en tierras milenarias, balbuceaba su atroz asombro: las calles de muchas ciudades congregaban manifestantes enardecidos genuinamente, a través de pantallas de miles de teléfonos presuntamente inteligentes desfilaban imágenes del horror casi siempre ignorado y algunos gobiernos e instituciones oficiales parecían desafiar el largo impasse de impunidad denunciando la calamidad en marcha.

La agitación a veces parecía significar algo ante el estado natural-absurdo de las cosas (un sello distintivo de la época), pero el flujo de destrucción no cesaba en la Franja, mantenía su rumbo amenazante hacia el rincón en el que permanecía refugiado un millón de personas que había dejado atrás casas, familias, días, vidas... Un millón de personas encerrado en una esquinita a la espera de la muerte.

Genocidio era la palabra que circulaba por entonces. Miles, solo por ser pueblo palestino, morían de bombas que caían del cielo y a causa de balas que llegaban de todos lados; otros tantos más lo hacían de hambre y sed; y la inmensa mayoría habían sido desplazados hasta llegar al vértice de la Franja.

Ya en esa esquina no podían seguir huyendo. Un muro lo impedía (sí, un muro). Tampoco era posible volver atrás, ya que bombas y balas no dejaban de circular, además de que casi no quedaba nada de lo que antes habían poseído. Hacinados aguardaban al ejército que se dirigía hacia donde habían sido arrinconados.

Nada podía detener el avance de tanta estupidez y maldad reunidas en una escalofriante operación militar. La catástrofe era inminente, no parecía haber escapatoria. Ni las indignadas marchas urbanas ni los interminables cónclaves diplomáticos ni los tribunales internacionales de adorno ni una chingada piedad espiritual habían aparecido en tiempos supremacistas, expansionistas y mesiánicos terribles que no hay que olvidar y que nunca hay que volver a permitir que sucedan como, cuenta la leyenda, alguna vez ocurrieron, hace ya muchísimo tiempo en Rafah.


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Diego Enrique Osorno
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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