“Es imposible echar una ojeada a cualquier periódico, no importa de qué día, mes o año, y no encontrar en cada línea las huellas más terribles de la perversidad humana”, escribe Baudelaire en su diario, en el año de 1860.
“Todos los periódicos, de la primera a la última línea, no son más que una sarta de horrores. Guerras, crímenes, hurtos, torturas: una orgía de la atrocidad universal”, prosigue el poeta, quien reaccionaría con la misma determinación si echara un ojo a la prensa actual o, mejor aún, a las redes sociales.
Otro ilustrado y respetable crítico, José Ortega y Gasset, advertía en su respectivo siglo, en un breve artículo —publicado, por supuesto, en un periódico—: “Abrid sus páginas y vuestro optimismo se os caerá a los pies como un pobre pájaro herido. Un denso vaho de mentecatez os azotará con asco y os quedareis meditando tristemente en su existencia como un fenómeno terrible de la sociedad”.
Recuerdo esto para intentar comprender la circunstancia en la que se encuentra alguien que aprecia, más que la mayoría de las cosas, el nebuloso oficio de reportero y, al mismo tiempo, escribe —o cree que escribe— poemas.
¿Cómo pueden entrecruzarse en el camino, la desgraciada realidad objetiva de la columna periodística de la página 22, con el desconcertante poema que surge, imprevisto, en plena sección de noticias políticas, dándole al espacio una forma y un fondo inexplicables, hasta inquietante?
Llevo años con esa pregunta dentro. Es un cuestionamiento existencial.
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Chelayo
Salidos de cuevas iluminadas
en ruta a un desierto con río,
buscábamos al vaquero Chelayo
entracalados con una deuda
heráldica
ansiosos y cansados subimos y bajamos
cerros y presas, mitotes y silencios
junto a venados cola blanca y jabalíes
con las panzas llenas de cobre y de cadmio
fue como llegamos una tarde color malva
al nuevo mundo: entre la oscuridad y la luz.
Bacanuchi, Sonora***
A veces quisiera ser poeta, sin embargo, si acaso, soy reportero que busca poemas.
Los reporteros intentamos desenmarañar nudos de la compleja actualidad política y social: una manera de conseguirlo es mimetizándonos con la realidad, tal y como creo sucede con la poesía, en donde uno busca cierta armonía con su propia intimidad a la hora de escribir el poema.
Pero el poema nunca es resultado de esa armonía, sino del efecto contrario: el accidente.
Y el periodismo, aunque sea siempre resultado de un proceso accidental, debe procurar vestirse con el elegante traje de la objetividad y aparentar una infabilidad que si no fuera tan solemne, daría risa.
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Fosa iluminada
Osos negros a la redonda
Recién nacidos, lobos
y búfalos de Montana
en pleno monte mexicano
donde dinosaurios y vinos
comparten tierras arrasadas
subsuelos de carbón incandescente
agua y aires ensangrentados
huesos atrapados entre humo
que esperan su turno
en la fosa iluminada.
San Juan de Sabinas, Coahuila
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¿El periodismo —al igual que la poesía— debe llevarse a cabo con una postura antiideológica?, ¿debe ser indiferente con lo que se está contando?, ¿los reporteros jamás deben despreciar a la gente sobre la que escriben?
Un verdadero reportero —al igual que un auténtico poeta— está hundido —sí, hundido— en su oficio, porque un oficio digno es una pasión. No hay otra manera de ejercer el periodismo que no sea desde esa vulnerabilidad.
Este oficio, que por definición es marginal, se hace en medio de una lucha constante de ilusiones, en medio de la voluntad de ser independientes y en medio de la resistencia y concordancia con otros puntos de vista, intereses, e incluso expectativas que a todas luces son irreales.
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La Máquina
Una mañana llena de neblina verde
tras una larga y ansiosa espera
apareció La Máquina en el rancho
bordeó la cabaña de Tarumba
rompió la cerca y abrió zanjas nuevas
una nueva entrada emergió
y un tobillo quedó hecho sangre y añicos.
Por la cuesta de la montaña
donde el sol avienta sus mejores rayos
quedó palpitando una roca gigante
dentro de un pozo de tierra y hierba
en el que la fuerza y el deseo
—ojalá también el misterio—
de La Máquina
pisan la cola del alacrán.
Santiago, Nuevo León
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Ser reportero, para algunos reporteros, es como ser gerente de ventas, mecánico, abogado, estilista o cualquier otra cosa.
Ese hecho me ha parecido siempre incómodo y reparador al mismo tiempo.
Incómodo porque en medio de mi obsesión, jamás concebiría así este oficio y me duele que no se le reconozca como algo especial; pero es reparador porque me queda la impresión de que al final de todo, cuando llegue a mi callejón sin salida (y todo reportero se topa siempre con uno), acaso tendré la opción de abandonar esto y ser otra cosa sin sentir remordimiento alguno.
¿Quizá, al fin, poeta?
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Otro sábado en cuarentena
Crucé el mar
confundiendo el cielo
como pidieron mis antepasados.
Maté con cuchillo prestado
mis deseos,
vi una casa en llamas
luego cenizas
la nada,
el espanto
y todo eran recuerdos
de la vida que no tuve.
Hice cosas antes de la guerra:
oculté mi cuchillo detrás de la sonrisa,
miré al espejo con otro espejo,
pisé la hierba para asustar a la serpiente.
Este camino está seco
y sombrío,
pocos sobreviven ya
a la muerte.
Berlín, Brandenburgo.
Diego Enrique Osorno