Myrtle Beach al alba es tintineante. Como cualquier playa atlántica, incluso Playa Bagdad. Con el paso del tiempo, el desdén oficial, la greedflation y el letargo social, Matamoros se fue volviendo la estruendosa ciudad de Juan N. Guerra, el cártel del Golfo, los narcosatánicos, Osiel Cárdenas, Los Zetas, Ciclones, Escorpiones…
Hace no mucho se instaló ahí, pero al otro lado del río Bravo-Grande, la base espacial X. Desde entonces, cohetes de Elon Musk surcan a veces los cielos locales provocando algarabía entre pobladores de siempre y migrantes haitianos llegados en años recientes, aunque no tanta como la que despiertan los futuros carros eléctricos, todavía terrestres, en la cercana Monterrey.
Gobiernos que están celebrando un giga-negocio bilateral, cuando se reactiva la vieja pugna entre los pinches gringos y los bad hombres, a partir del condenable homicidio de dos personas por una presunta confusión. México y EU, entre la teslamanía nacional, el injerencismo extranjero y el racismo en ambos lados.
Otra vez estamos en ese tipo de momento visible de la frontera de la realpolitik que prevalece entre las élites de uno y otro país. Hay una encarnizada paz sucediendo en el fondo de la falsa guerra contra las drogas. Las posiciones y concesiones geopolíticas de los dos países reflejan su desconcierto ante la paradoja de la binacionalidad actual.
A las comunidades de paisanos por todo allá se han sumado las de nómadas gringos en calles romanescas (diría Paco Stanley) y de otros rincones tan reales como digitales de por acá. No es nuevo el ir y venir pero, en esta globalidad, el flujo se incrementa día con día.
También las tragedias binacionales, como los ataques a clientes mexicanos en un Walmart de Texas o contra familias mormonas estadunidenses en Sonora. Esta nueva condición social líquida es un hecho y una pregunta que no ha querido contestar el gobierno de allá ni el de acá.
Ambas sociedades, mientras tanto, viven, sufren y gozan la binacionalidad, a la vez que la anhelan tanto como la temen. Myrtle Beach me pareció algo triste cuando la visité, pero sobrellevé tardes de hastío y mosquitos con música de Rigo Tovar, un ser que nació en Matamoros y empezó su carrera tropical-galáctica allá en el Panamerican Night Club.
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