Policía

Moto mata poesía

Era un hombre tranquilo que no se metía con nadie, muy poético. Vivía sobre todo en la Suburban. Maria Secco
Era un hombre tranquilo que no se metía con nadie, muy poético. Vivía sobre todo en la Suburban. Maria Secco

Cae la noche en el cuarto de azotea de Memo Peyotero. Bajamos a caminar por el Callejón de Xoco donde alguna vez vivió Samuel Noyola.

Al lado del portón de la casa del escultor brilla un altar con luces en honor de la Virgen de Guadalupe.

-A Samuel le gustaba escribirle versos a la virgencita y en los días de fiesta del barrio le traía flores y le declamaba delante de todos -recuerda Peyotero.

Seguimos caminando hasta llegar al espacio donde solía estar estacionada la vieja Suburban azul en la que dormía el poeta.

Hoy el día no existe el Hotel Noyolotzin, porque fue trasladado a un yonke de Guanajuato por su dueño, Simón Velázquez. Unos metros más adelante, en la curva del Callejón, nos topamos con un taller mecánico especializado en motocicletas. Ahí está un hombre de camisa de tirantes.

-Hola Luis. Te presento a Diego, que está investigando la vida de Samuel. ¿Te acuerdas de él -me presenta el artista escultórico.

-Qué onda, claro que me acuerdo. Era un hombre tranquilo. Le gustaba la poesía, ya sabes, cada quien en su onda… Y lo que más recuerdo es que se ponía a leer y nos enseñaba lo que hacía.

-¿Te gusta la poesía, Luis? —pregunto.

-Sí, un poquito, aunque me gustan más las motos por que soy motociclista y arreglo motos (sonríe)… Por cierto, a Samuel también le gustaban mucho las motos.

-¿Hablabas de motos y de poesía con él?

-Si, como me veía también trabajar, entonces conversábamos de eso.

-¿Qué más recuerdas de él?

-Era un hombre tranquilo que no se metía con nadie, muy poético. Vivía sobre todo en la Suburban y se quedaba a veces con otro chavo que en paz descanse.

-¿Con quién?

-Un chavo al que le decíamos El Pandita.

-El Pandita estuvo con Samuel los últimos dos años que estuvo por aquí- anota Peyotero.

Sí, los dos eran de la calle- dice Luis y luego continúan hablando ambos.

-Les gustaba la bebida y se acompañaban en ese andar, pero creo que nada más unos meses se acompañaron porque Samuel desapareció después y El Pandita se quedó en la camioneta.

-El Panda -explica Peyotero- murió por alcoholismo, de cirrosis. Tenía unos 35 años. Era más joven que Samuel. Murió apenas. Murió en el salón La Maraka, en la entrada donde Samuel tenía su dormitorio, ahí agonizó El Pandita.

-¿Qué fue lo último que supiste de Samuel?

-No lo he visto hace ya rato. Iba y venía, estaba un rato con nosotros, le dábamos de comer o cualquier cosa que necesitara y después desaparecía. Pero de eso ya tiene rato.

-¿Dónde crees que debo buscarlo?

-Puede ser que ande así, como poeta y todo, en la Condesa, porque ahí se juntaban muchos poetas y todo eso. A lo mejor, es posible que ande por allá, porque la verdad es que nunca dejaba rastro. Siempre andaba de aquí para allá y todo eso

-¿Te gustaba la poesía antes de conocerlo?

-Sí, no soy tan poeta pero sí me gustaba la poesía

-¿Por qué te gusta?

-Porque lo llevas también en la escuela, haces tus resúmenes, ya sabes, en la prepa, y luego, aunque no creas, también sirve para conquistar a las novias.

-Samuel hacía poemas para otras personas del barrio. ¿Te hizo a ti algún poema para una de tus novias?

-No, te digo que sólo hablábamos de poesía y de las motos. Y yo a mis novias, pues las conquisto con la moto, porque a ellas les encanta la adrenalina, eso es lo que les gusta. Moto mata poesía.

Termino la conversación con Luis y sigo caminando por el Callejón con Peyotero, quien recuerda que Samuel le puso a nuestro amigo mecánico el apodo de “Hulk”.

Ahora que oigo por primera vez el nombre de El Pandita, le pregunto a Peyotero sobre el otro huésped del Hotel Noyolotzin. “Sí, es cierto lo que dijo Luis. Samuel y El Pandita fueron compañeros varios meses. Eran bebedores de la clásica bebida Tonaya, aunque lo compartían como si fuera un whisky. De hecho, Samuel siempre decía que iba a tomar su whisky y lo compartía con él. Eran muy amigos”.

Otros amigos de la calle que tenía el poeta son recordados por mi guía del Callejón. El primero que se le viene a la mente es Changoleón, un hombre en situación de calle de nombre Samuel González, quien se hizo famoso en la televisión, tras formar parte de un programa de entretenimiento dirigido por el comediante Facundo.

“Changoleón, el personaje de la televisión, era su amigo. Samuel nos decía que Changoleón también escribía poesía, pero recuerdo que una vez desapareció Changoleón y Samuel anduvo buscándolo. Fue por ahí del 2006. Samuel lo buscó y no lo encontró. Después se corrió el rumor de que Changoleón había muerto y Samuel regresó al Callejón”, me dice Peyotero.

Años después se confirmó que Changoleón no estaba muerto. Se había mudado Acapulco, donde había iniciado un proceso de rehabilitación.

-A Samuel también lo “mataron” en su momento -cuenta Peyotero- Una vez dieron esa noticia en el periódico Unomásuno y después vino Samuel a decirnos que no era cierto, que estaba vivo. Estaba muy enojado por lo que habían escrito de él. Recuerdo que fueron unos periodistas españoles que lo habían conocido los que hicieron esa noticia. Ellos vinieron a buscarlo varias veces, y como no lo encontraban, decían que estaba muerto, pero era una de esas desapariciones que te cuento que hacía Samuel.

Aparte, los periodistas oyeron que alguno de los muchachos del Callejón dijo que a lo mejor Samuel estaba muerto y lo dieron por cierto, entonces publicaron que el poeta estaba muerto.

-¿Y qué dijo Samuel de eso?

-Con groserías decía que eran unos pinches mentirosos, que lo habían matado porque le tenían envidia, eso decía Samuel. Recuerdo también que la Caribe Suite aparece en la fotografía de la nota.

Ahora salimos del Callejón para dar vuelta y acercarnos a La Maraka.

-Mira, aquí era el lugar donde Samuel era franelero. Aquí era donde Samuel participaba para cuidar coches que final de cuentas nunca recibió dinero por cuidarlos, ya que a Samuel le gustaba conocer a los dueños de los autos para tener una relación de amistad.

Tras pasar el estacionamiento llegamos a la bulliciosa avenida Vertiz y nos acercamos a la entrada principal del salón de baile.

-Bienvenido a la Recámara Maraka. Aquí existía la alfombra verde donde Samuel pasaba las noches antes de llegar a mi cuarto de azotea. Dormía en este espacio, a veces acompañado de otros que como él andaban en la calle. Yo la verdad es que lo recuerdo feliz aquí. Aquí podíamos venir a tocarle su puerta, porque él decía que le tocáramos los tubos para que pudiera abrirnos las cadenas para pasar a su recámara, y después de que nos abría volvía acostarse y ya acostado no podíamos pasar para allá porque estaba acomodado en sus cobijas. Ya después, si no estaba en el callejón lo podíamos encontrar aquí en la noche o en el amanecer.

Tras la explicación, Peyotero voltea la vista al edificio de enfrente del Salón. Y me dice con tono serio:

-Y allá en ese edificio vivía La Flaka, la musa de Samuel. Si quieres podemos ir a buscarla.

Diego Enrique Osorno

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