
Exhibe a los nazis a través de exposiciones de materiales históricos. Especial
Está claro que uno de los lugares que más nos interesaba conocer durante la residencia alemana era el Muro de Berlín o lo que quedara de este. Así fue como una tarde fría que acabó en tormenta llegamos a una de las zonas en la que aún existen vestigios de aquella construcción infame que marcó el aparente inicio y fin de una época del mundo.
Sin entender bien aún la geografía de la ciudad, nos bajamos un par de estaciones de metro antes de Checkpoint Charlie, uno de los puntos turísticos más conocidos para aquellos visitantes de la ciudad que desean conocer ruinas emblemáticas de la Guerra Fría.
Así es que caminamos apretujados en nuestros abrigos por calles solitarias, entre altos edificios muy antiguos y otros que parecían hechos ayer, hasta dar, de repente, sobre la avenida Prinz-Albrecht Strabe, con un pedazo del viejo Muro, el cual nos impactó por su halo decadente, pese a los diversos grafitis y pintura que trataban de cambiarle su función del pasado.
No sé cómo decirlo, pero el fragmento del Muro seguía siendo el Muro, aunque ya hubieran pasado más de treinta años de que cayera.
Pero lo que más nos impactó esa tarde fue la extraña planicie urbana y el museo que había junto a estas ruinas tan vivas: ahí estaba una zona conocida desde hace ya un buen rato como la Topografía del Terror, el lugar donde estuvieron alguna vez las sedes centrales de las principales organizaciones de seguridad nazi: la Policía Secreta del Estado (Gestapo), la Directiva de la SS del Tercer Reich y la Oficina de Seguridad del Reich (RSHA).
Aunque todas las construcciones de este perímetro fueron destruidas después del triunfo de los Aliados, en los ochenta fue restablecido como la sede del Centro de Documentación de los Crímenes Nacionalsocialistas, una entidad que decidió erigir aquí un Museo que en lugar de dar cuenta de las víctimas, exhibe a los victimarios a través de exposiciones de materiales históricos presentados en forma documental y visual.
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Iniciamos el recorrido de la exposición entendiendo la manera en que Hitler se hizo del poder. Un cartel con propaganda electoral nazi da cuenta de ello, antes de las elecciones de 1933. Por esa época fue incendiada la cúpula del Reichstag, sede del poder parlamentario de Alemania. Aunque el atentado fue atribuido a un militante comunista, existen versiones que sospechan que pudo haber sido cometido por los propios nazis para generar incertidumbre en la sociedad.
Independientemente de que haya sido el joven comunista que fue detenido y sentenciado a pena de muerte o una operación especial nazi, el hecho generó preocupación en la sociedad y esto es lo que se lee en el cartel de propaganda exhibido: “¡Arde el Reichstag!, ¡Incendiado por los comunistas! Así estaría todo el país si el comunismo y la socialdemocracia aliada a él llegaran al poder, aun cuando fuese por unos pocos meses. ¡Ciudadanos decentes puestos contra la pared como rehenes!, ¡Incendiadas las casas de los campesinos! Un grito de indignación debe atravesar Alemania: ¡Aplastad el comunismo!, ¡Destrozad la socialdemocracia! Vota a Hitler en la lista 1”.
Por entonces, la agitación electoral ya producía otras estampas de terror, como una foto que se exhibe en el Museo, en la que se ve a un rabino de la comunidad ortodoxa golpeado y empujado por una turba nazi mientras es obligado a cargar de forma extendida, junto con otros dos judíos, la bandera de la república de Weimar. Estas humillaciones públicas incentivadas al inicio del régimen de Hitler eran llamadas “procesiones judías”. También ocurrían linchamientos similares de opositores comunistas y socialdemócratas.
Otra de las imágenes que me perturbaron es la de una pira de fuego ardiendo sobre una montaña de libros. Quienes la hacen no son agentes nazis, sino jóvenes de la llamada Liga Nacionalsocialista de Estudiantes en la Opernplatz de Berlín. Según el pie de la foto, las víctimas de esta atrocidad llamada Campaña Contra el Espíritu no Alemán, son autores extranjeros pero también escritores alemanes considerados de una raza inferior.
Entre el mar de la documentación exhibida, decidí centrar mi atención en la prensa nazi y la manera en que no solo ignoraban las atrocidades, sino que reivindicaban a los perpertradores: el Volkischer Beobachter, principal periódico del partido nacionalsocialista, se refiere a la Gestapo de manera elogiosa.
Una síntesis museográfica explica así uno de los recortes periodísticos exhibidos en idioma alemán: “Se reproducen las declaraciones de la Gestapo a la prensa acerca del ‘éxito en la supresión de la agitación política clandestina comunista’”, en alusión a la vigilancia secreta y el control llevados a cabo en “zonas de la ciudad infiltradas por el comunismo” y a la manera de proceder contra los propagandistas comunistas. En Berlín, la Gestapo contó con todo el apoyo de “colaboradores voluntarios” del Partido Nacional Socialista. El informe menciona asimismo numerosas detenciones de comunistas y el fusilamiento de un comunista en Dortmund, quien presuntamente intentó huir para evitar su arresto”.
El mismo periódico anunció en primera plana el nombramiento del sátrapa de Himmler como director de la Policía Secreta: “Se concentran en una persona todas las oficinas de la Policía Secreta de los estados alemanes”. Una de las citas de Himmler que se resaltan en el artículo es: “En Alemania tiene que volver a ser el mayor honor y distinción poder pertenecer a la Policía Política”.
La maquinaria permanente de propaganda basada en la paranoia y el autoritarismo enmarcaba y resaltaba otras frases himmlerianas como: “Tiene que ser el mayor honor y distinción poder pertenecer a la Gestapo. Hay todavía decenas de miles que siguen siendo enemigos, aun cuando levanten el brazo y estén coordinados con la línea del partido nacionalsocialista”.
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Cabe aclarar algo: los policías que formaron parte de la Gestapo no eran necesariamente nuevos elementos que provenían del movimiento nazi.
Durante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, un antiguo jefe de la policía secreta, Werner Best, respondió lo siguiente en el interrogatorio oficial:
—¿Se proveyó de personal a la Policía Política de los estados alemanes en 1933 con miembros del partido nazi?
—No, se le proveyó de personal con los funcionarios de las autoridades policiales que habían existido hasta ese momento. En aquel tiempo se incorporaron muy pocos empleados nuevos.
—¿Los funcionarios eran miembros del partido nazi?
—En cada estado alemán era diferente. En parte eran incluso funcionarios que en el pasado habían seguido líneas totalmente diferentes y que habían pertenecido a partidos muy distintos…
—¿Por qué esos funcionarios siguieron prestando su servicio policial bajo el gobierno nazi?
—Porque para un funcionario alemán era obvio continuar sirviendo al Estado alemán en tanto estuviese en condiciones de hacerlo, aunque el gobierno hubiese cambiado.
—¿Fueron retirados posteriormente estos funcionarios?, ¿o sustituidos por nazis?
—No, en su mayoría desarrollaron incluso una buena carrera profesional y obtuvieron altos cargos.
Diego Enrique Osorno