El asesinato de la compañera Lourdes Maldonado se suma a una lista de agresiones cotidianas contra el periodismo, en la cual resalta la cuestión de género que atraviesa a estas alturas una dramática realidad convertida ya en tragedia nacional.
Por mencionar algunas adversidades sufridas hoy en México por mujeres periodistas, está el exilio forzado de Lydia Cacho por sus investigaciones sobre la pederastia, el espionaje policial a Marcela Turati por su cobertura de la masacre de San Fernando, el acoso digital a Denisse Dresser por sus críticas editoriales a magnates, y las viles amenazas a Azucena Uresti, por su cobertura de la crisis en Michoacán.
Los anteriores solo son los casos más conocidos, ya que a nivel estatal abundan otras situaciones similares e incluso peores para muchas colegas.
Sean gobiernos, empresas o mafias, los impulsores de esta guerra contra el periodismo mexicano se han ensañado con las mujeres, en buena medida porque muchas de éstas han sido vanguardia del periodismo crítico actual, pero también por el mero hecho de ser mujeres.
Ante la rabia que sentimos quienes ejercemos este oficio por los crímenes recientes de Tijuana y por el largo duelo acumulado íntimamente a causa de tantos colegas caídos estos años, parece inútil buscar sensibilidad y autocrítica de un Presidente engolosinado con su narrativa triunfal, o esperar benevolencia y practicidad de la Secretaría de Gobernación, o cuando menos algo de eficiencia de la Secretaría de Seguridad (ya ni mencionar empatía, que debería ser obligatoria y proactiva, debido a que su titular también es mujer y también es periodista).
Por eso hay que buscar alternativas de organización ante la guerra padecida. Los poderes formales y fácticos existentes, coludidos por acción y omisión en una alianza criminal, no emprenderán ningún afán especial para garantizar que exista plena libertad de informar, opinar, investigar y cuestionar lo que sucede. No les gusta: quieren propaganda o silencio.
Las manifestaciones de ayer en varias ciudades del país son un ejercicio que habría que tratar de continuar y ampliar.
Un ejercicio, por cierto, convocado y encabezado en buena medida en cada lugar por mujeres periodistas que sin duda alguna serán también la vanguardia de esta nueva resistencia que empieza.
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