Policía

La corneta acústica

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Leonora Carrington no escribió poesía fantástica pero cargaba en algún lado la acusación de deficiencia mental que le hicieron las monjas del colegio donde estudió de niña. Mujer surrealista entre surrealistas binarios, artista renegada a ser la musa de la redonda parisina. Escapó de eso, escapó de la Gran Guerra, escapó de un hospital psiquiátrico, escapó de Lisboa (pecado imperdonable, aunque haya sido con Renato Leduc).

Así llegó a México, a la colonia Roma, que llenó de cábala y pintura a la altura de la calle Chihuahua, donde la visitó Sasha Montenegro y Julio Cortázar para gozar de horas lunáticas y leer páginas inéditas de La Corneta Acústica, que no es una novela ni un lienzo autobiográfico ni un libro de culto del movimiento más loco y preciso (precioso) del siglo pasado.

Arma de resistencia contra El Pozo de la Hermandad de la Luz, esa corneta en el oído izquierdo de la vieja Marion era una forma de convertir una cabaña en una bota, un reloj cucú en un palacio, un hongo alucinógeno en un iglú atiborrado de esquimales, el encierro de la depresión en una ensoñación divertida como la palabra trompetilla.

Todas las mujeres ancianas de la Roma y otras colonias circunvecinas (Doctores, Juárez, Narvarte, solo de la Condesa no) bañándose en la alberca de las abejas, disfrutando de un aquelarre tan dramáticamente bullicioso como el documental tepozteco “Éste es mi reino”.

Es posible que alguien haya llamado bruja a Carrington, quien también tenía el atributo de bailar el foxtrot como se bailan las cumbias rebajadas o una balada de Serge Gainsbourg en un viejo velero alemán. Dicen que se movía como ganso salvaje y enamorado y que no le gustaba la palabra gobierno ni tampoco la palabra caballero: ambas le parecían sinónimos enfermizos, en una época en la que el feminismo aún no tomaba glorietas del Paseo de la Reforma ni quemaba la puerta del Palacio de Gobierno de Nuevo León.

Algunas de sus amigas más íntimas solían decir también que era difícil comprender al hombre y por eso era deseable que todos murieran congelados. Marion en cambio era una mosca imposible de despegarse de un papel matamoscas. Su vejez era una larga estancia en la fuga. Pese a sus más de noventa años veía bien y barría su cuarto una vez por semana, pero la corneta acústica, curvada como cuerno de bisonte, la hizo oír el murmullo, desterrar el acechante silencio.


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Diego Enrique Osorno
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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