Policía

La bomba

“El riesgo de morir era diario y eso generaba una paranoia de comportamientos”. Especial
“El riesgo de morir era diario y eso generaba una paranoia de comportamientos”. Especial

Un ambiente psicológico de muerte prevalecía alrededor del joven Alberto Sánchez de 1971. “En la guerrilla todo mundo lo advertía, todos sabíamos que la vida iba a ser muy corta. ¿Cuánto? Ocho, seis, cinco meses… Es posible que incluso algunos se hubieran metido a la clandestinidad solo para morir”, rememora el antiguo miembro de la Liga de los Comunistas Armados.

Aquella sensación era la que predominaba el año y medio que formó parte de la organización, antes de la operación de rescate de sus compañeros detenidos: “El riesgo de morir era diario y eso generaba una paranoia de comportamientos que te hacían voltear para todos lados, ver a la gente de cierta forma, cuidarte, siempre traer el arma cargada. Vivir en un ambiente psicológico en el que en cualquier momento puede haber una balacera, porque has sabido de todos los amigos, compañeros que han muerto de repente en una refriega con policías”.

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Lado A, Cinta 2.

Aterrizamos en La Habana y nos recibieron muy bien ahí algunos comandantes de la Revolución; después estuvimos detenidos un par de semanas en una casa de seguridad, donde nos interrogaban sobre quiénes éramos y qué hacíamos. Como nosotros, a propósito, no habíamos hecho publicidad antes de la operación del avión que nos llevó a Cuba, querían averiguar más.

Pero bueno, fue el gobierno mismo de México a través de Fernando Gutiérrez Barrios, quienes se encargaron de la comunicación directa con Fidel Castro. Enviaron reportes nuestros en los que decían que éramos unos terroristas, aunque para la revolución cubana sí éramos unos revolucionarios… en ese momento.

Por esto último fue que solicitamos asilo político. Luego nos lo dieron y a partir de que nos lo dieron, empezamos a insistir en que teníamos que salir de la isla para regresar a México. Precisamos que nosotros no nos habíamos ido a Cuba para vivir el socialismo: nosotros llegamos con una acción, con un accidente del oficio y teníamos que seguir luchando, o sea, que lo nuestro era regresar a continuar la revolución en México.

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Al revelarse la existencia de la Liga de los Comunistas Armados, el gobierno empezó a investigar con detalle su entorno y a torturar a algunos de los familiares para obtener mayor información.

Por lo que el comando conformado por Alberto, Tomás, José Luis y Germán, además de rescatar a su compañera Edna Ovalle, decidió salvar a otros integrantes del grupo clandestino que también habían sido detenidos o que estaban por serlo.

Fue por ello que durante las negociaciones con el gobierno en el aeropuerto de Monterrey, el grupo guerrillero exigió que los demás militantes fueran llevados también al avión de Mexicana antes de partir a Cuba, por lo que junto con Edna llegaron otros jóvenes que habían sido detenidos.

Además de eso, exigieron a las autoridades a buscar inclusive a algunos compañeros suyos que no habían sido identificados aún, pero con probabilidad lo habrían sido en los días siguientes. Uno de ellos era El Guicho, responsable de la imprenta, mientras que otro era un médico llamado Reynaldo.

Para que no se les fuera nadie, el comando exigió que el gobierno convocara por todas las estaciones de radio de Monterrey a cualquier integrante de la Liga de los Comunistas Armados que lo deseara, a acudir al aeropuerto para volar a La Habana en el avión secuestrado de Mexicana.

Así fue entonces que llegaron otros miembros de la organización, quienes tras comunicarse desde la Torre de Control con sus compañeros, subieron a la aeronave.

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Lado A, cinta 4.

Ya en Cuba empieza otra historia, porque Cuba nunca dio apoyo al movimiento, a la izquierda mexicana, jamás de ningún tipo. Allá era otra cosa y realmente fue muy decepcionante el modo que nos trataron con desdén.

A nosotros no nos interesaba mayor cosa que luchar contra el gobierno. Descubrimos que Cuba efectivamente era un satélite de los rusos y por ende tenía un convenio de paz con el gobierno mexicano. Por ejemplo, en la masacre del 68 ya ves que Cuba no se metió, no dijo ni pío ni esta boca es mía.

Y después del 68 viene la primera insurrección social, el primer movimiento democratizador y por primer vez la gente está convencida de que ese gobierno efectivamente era espurio completamente, pero después de eso, en 1988, Fidel Castro viene a legitimar su apoyo a Salinas, una desgraciadez para los Cárdenas, porque los Cárdenas siempre estuvieron al lado de la Revolución Cubana, desde que estaba en la Sierra Maestra. Lázaro Cárdenas, el viejo, apoyó a Fidel. Siempre lo defendió. Eran parte de este PRI y por eso pienso que fue un mal agradecimiento de Fidel venir en 88 a legitimar a Salinas.

El caso es que nosotros, después de aterrizar en La Habana y de los interrogatorios, nos dijeron que por razones de seguridad, en lo que se enfriaban las cosas, íbamos a dedicarnos a lo que se llama el trabajo voluntario, una de estas granjas de trabajo en un valle de Matanzas. Ese proyecto lo dirigía Ramón Castro, el hermano mayor de Fidel. Ahí estuvimos seis meses.

Al año siguiente llegó un nuevo paquete de guerrilleros mexicanos, con el intercambio que hicieron en Guadalajara por el secuestro del cónsul norteamericano, Jonh Harvey. Un comando para esa operación secuestra a John Harvey en mayo y se libera una lista de 30 guerrilleros de distintas cárceles de México y Monterrey. Treinta guerrilleros de distintas organizaciones que precisamente iban a Cuba para llegar a un acuerdo nacional, ya que había nacido ya la Liga Comunista 23 de septiembre.

Pero en Cuba, obviamente, la unidad no se dio.

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¿Y de qué era la bomba que llevabas?, pregunto a Alberto.

—En la madrugada antes de irnos a la operación agarré un maletín Samsonite como este (señala el que está a su lado durante la entrevista), luego fui al librero agarré un libro de William Faulkner, Los invictos, lo metí al maletín y lo cerré con llave. Esa era la bomba: Los invictos.

 

¿Tus compañeros lo sabían?

—Sí, por supuesto. Estábamos de acuerdo, ¿cómo íbamos a volar un avión con gente? Nosotros íbamos a ganar, no a perder, ¿me entiendes? O sea: te lo juegas todo a ganar. Y ganas. 

CONTINUARÁ…

Diego Enrique Osorno


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